lunes, febrero 27, 2012

La cara sucia de The New York Times

por Guillermo Vega Zaragoza
Publicado en etcétera, junio de 2003.

El "reportero" estrella... do


Stephen Holden escribió en The New York Times el 25 de diciembre de 2002:

"Aquí en la tierra de las oportunidades, nos enorgullece vernos la cara unos a otros. Es por eso que, en una cultura que se muere por invertir con solidez en imágenes glamorosas, cualquier embustero ingenioso puede tener un día de campo haciéndose pasar por lo que no es."

Se trata del primer párrafo de la reseña de la entonces recién estrenada película de Steven Spielberg titulada Catch me if you can (Atrápame si puedes), basada en la autobiografía de Frank W. Abagnale Jr., uno de los más grandes estafadores de todos los tiempos (interpretado por Leonardo DiCaprio), que logró cobrar cheques falsos por 2.5 millones de dólares en 26 países, y que exitosamente se hizo pasar por piloto aviador, médico y abogado; todo ello antes de haber cumplido los 19 años.

Es seguro que en esa época el señor Holden no estaba enterado de que compartía las páginas del mismo diario con alguien que parecía querer emular las hazañas de Abagnale: durante siete meses, de octubre de 2002 a abril de 2003, al reportero Jayson Blair le publicaron notas periodísticas fechadas en 20 ciudades de seis estados de la Unión Americana y nunca salió de su oficina en Nueva York.

El joven periodista negro, de 27 años, tenía cuatro trabajando en el diario que algunos consideran como "el mejor periódico del mundo" donde había tenido una carrera meteórica: de becario a reportero local y luego al afamado staff de reporteros de temas nacionales, donde le asignaron temas de candente actualidad, como el caso del francotirador de Washington y el regreso de los soldados heridos por la guerra en Irak.

Durante su estancia en el periódico, al cual renunció el 1 de mayo, Blair escribió más de 600 artículos, muchos de ellos utilizando métodos no muy "ortodoxos" de reportero: inventaba datos, entrevistas y declaraciones, creaba la ilusión de que había estado en el lugar de los hechos a partir de imágenes del archivo fotográfico del diario y se fusilaba información de otras publicaciones. Todo ello sin moverse de las oficinas del periódico en Nueva York, con tan sólo la ayuda de su computadora portátil, su teléfono celular y una gran habilidad para escribir y relacionarse socialmente.

El 11 de mayo el NYT dedicó cuatro planas completas en un desesperado intento por lavarse la cara ante sus lectores. Todo sin mucho éxito, pues lo único que hizo fue tratar de justificar a las autoridades del periódico al exhibir las "irregularidades" cometidas por Blair en 36 de los 73 artículos que escribió como reportero nacional. Para ello requirió el trabajo de cincos reporteros, dos investigadores y tres editores, quienes rastrearon el trabajo de Blair, realizaron más de 150 entrevistas y revisaron cuentas de gastos de viaje y registros telefónicos y de correo electrónico, para corroborar lo que siempre estuvo frente a las narices de los jefes y editores del diario y se negaban a reconocer: que Blair inventaba gran parte de las notas que el periódico orgullosamente publicaba en primera plana como "exclusivas".

Lo más triste es que a pesar de que se desvivieron en afirmar que ese escándalo no afecta en nada la credibilidad de los otros 375 reporteros que laboran en el rotativo ni daña en lo más mínimo el prestigio alcanzado en los 152 años de vida del periódico, los altos ejecutivos del NYT se esmeraron en disminuir la parte de culpa que les corresponde. Todo lo atribuyeron a "una falla de comunicación entre los editores de las secciones", así como a "las pocas quejas que recibían los artículos de Blair por parte de los entrevistados" (incluso alguno hasta escribió para felicitarlo, aun cuando nada más había hablado con él por teléfono), a "su capacidad" y a "sus ingeniosos métodos para cubrir sus huellas", pero sobre todo a que "nadie vio su descuido como una señal de que fuera capaz de hacer un fraude sistemático". ¿Pues qué no se supone que el periodismo se trata precisamente de eso: de investigar cuando las cosas parecen sospechosas?

No es la intención de esta nota repetir lo que se puede leer en la página de Internet del diario (www.nyt.com), sino destacar los aspectos más aberrantes de la pretendida "autocrítica" del NYT, los cuales deberían arrojar algunas enseñanzas para todos aquellos que ejercemos el periodismo en México.

De acuerdo con la "detallada" investigación sobre el trabajo de Blair, estos fueron sus "engaños" más frecuentes:

1) Paraderos falsos: resulta que a nadie en el periódico se le hizo raro que Blair fechara sendas notas en dos ciudades y se le viera en la redacción hablando por teléfono todo en un mismo día. Tampoco a nadie se le hizo fuera de lo normal que el buen reportero Blair no tramitara sus cuentas de gastos y viáticos durante los cuatro meses en que más viajó, cuando investigaba el caso del francotirador de Washington. Ni siquiera un boleto de avión le cobró al periódico en ese lapso.

¿Cuál hubiera sido la respuesta de la administración del diario si, por el contrario, el reportero exige que le reembolsen una cuenta estratosférica? De inmediato habrían abierto una investigación. Pero como el reportero era sumamente "productivo" (es decir, barato) a nadie parecía molestarle. Lo más sorprendente es, sin embargo, que Blair podía cargar sus gastos de viaje a la tarjeta de crédito de Jim Roberts, editor de la sección nacional, pues argumentó que sus propias tarjetas estaban al límite de crédito. El periódico no aclaró por qué no le habían asignado una tarjeta de la compañía. No obstante, lo único que cargó al plástico de su jefe fue la cuenta del celular. Y el señor Roberts nunca sospechó ni preguntó nada.

En múltiples ocasiones Blair incluyó comprobantes de compras y pagos hechos en tiendas y restaurantes con direcciones de Nueva York en cuentas de gastos de ciudades a donde supuestamente había viajado. Y tampoco a nadie le pareció que algo estuviera mal.

2) Plagios: el escándalo estalló a finales de abril cuando el San Antonio Express-News envió una nota de reclamo al NYT por la evidente similitud de una nota aparecida en dicho diario con otra firmada por Blair días después. A partir de ahí se realizó la investigación que llevó a la renuncia del reportero. Sin embargo, las evidencias encontradas en notas previas redactadas por Blair revelan que no sólo se fusilaba información de periódicos locales, sino también de agencias internacionales y del mismísimo Washington Post, el otro prestigiado diario de Estados Unidos y principal competidor del NYT a nivel nacional, el cual, por cierto, le dio un seguimiento detallado al escándalo desde el primer día de la mencionada denuncia.

Desde luego que es descabellado, por imposible, pedirle a un editor de noticias o a un jefe de sección que esté al pendiente de todo lo que se publica en los diarios locales, pero sí es de sentido común que por lo menos debería tomarse el tiempo para leer a sus principales competidores. ¿Qué revelan los plagios de Blair, a todas luces la práctica más deleznable de las que existen en el oficio periodístico? Que los editores en jefe del NYT no leían lo que se publica en otros medios similares al suyo (quizá por soberbia, por holgazanería o por ambas) y que muy probablemente ni siquiera le ponían la suficiente atención a lo que aparecía en sus propias páginas.

3) Información inventada: muchos entrevistados afirmaron que tuvieron contacto con el reportero únicamente por teléfono o que, de plano, nunca hablaron con él, a pesar de que tramitaba cuentas de comidas o cenas, por ejemplo, con funcionarios del gobierno que después eran citados en sus artículos.

Pero fue en la recreación de escenarios donde nunca estuvo que Blair se reveló como un verdadero maestro, sobre todo por su talento para hacer descripciones emotivas, vívidas y coloridas, además de mejorar sustancialmente la calidad de las declaraciones de los supuestos entrevistados. "En alcance, amplitud, patetismo y pura invención humana para cubrir sus huellas ficticias, Jayson Blair no tenía igual, sobre todo si se considera que sus transgresiones ocurrieron en uno de los periódicos más prestigiados y más cuidadosamente editados del país", escribió el Washington Post al informar del escándalo, situación por la que, por cierto, este diario ya había pasado en 1981, cuando tuvo que regresar un Premio Pulitzer porque la reportera Janet Cooke confesó que se había inventado todo acerca de un reportaje sobre un niño de ocho años adicto a la heroína.

Tres ejemplos magistrales del talento de Blair:

Uno: a partir de las fotografías de archivo digitalizado del diario, logró reconstruir la escena de una supuesta entrevista en casa de los padres de un soldado desaparecido en Irak, con detalles tales como que la mujer observaba "las flores rojas, azules y blancas de su patio" mientras esperaba noticias de su hijo a través de la televisión.

Otra: al narrar la misa en honor de un soldado muerto (a la que no asistió en Cleveland y se fusiló del Washington Post, entre otras fuentes) escribió que el padre del fallecido tenía una foto de su hijo entre las páginas de su Biblia, lo cual desmintió el aludido.

Una más (la que de seguro les dolió más a los editores del periódico que no fuera cierta, pues hasta la destacaron como una de las "frases del día"): en su lecho de hospital en Bethesda, donde yacía junto con otro compañero más dañado que él, un soldado afirmó: "Es difícil sentir lástima por ti mismo cuando hay tanta gente que ha sido herida o muerta".

¿Era genial este tipo o qué? El soldado aludido reclamó que él no había dicho eso. Debería estar agradecido que este escritor le hizo decir algo tan bueno y coherente que habría pasado a la posteridad como propio si se queda callado. Ya lo dijo el mismísimo Ryszard Kapuscinski: "Para citar entre comillas casi se necesita que sean frases geniales. Uno siempre es mejor narrador que el entrevistado".

En su pesquisa, los del NYT también encontraron hechos y datos erróneos, así como información negada por fuentes citadas; sin embargo, es sabido por todo el mundo que eso es el pan de cada día en las redacciones de los periódicos de cualquier país. Para corregirlos existen las rectificaciones. No obstante, en su descargo, el diario usó como evidencia de la "maldad" del reportero hasta los errores de ortografía.

En el relato de la vertiginosa carrera de Blair en el NYT, se reconoce que esa falta de exactitud fue algo que siempre lo caracterizó y que muy pocos se interesaron por corregirlo a tiempo, a pesar de que en tres años y medio le habían llamado la atención por cerca de 50 errores cometidos en sus textos, desde inexactitudes hasta desaliño en la redacción, un índice "demasiado alto" para los estándares del periódico. Al parecer, el único que se atrevió a dar la voz de alarma fue Jonathan Landman, editor de la sección metropolitana, quien envió un contundente mensaje de correo electrónico a los administradores de la sala de redacción exactamente un año antes del escándalo: "Tenemos que evitar que Jayson siga escribiendo en el Times. De inmediato". Nadie le hizo caso.

A los pocos meses y por la carga de trabajo debida a los atentados del 11 de septiembre y la histeria colectiva provocada por el caso del francotirador de Washington, Blair fue promovido, para sorpresa de todo mundo, a la sección nacional, avalado por un comité. ¿Cómo esto fue posible?

El presidente del diario, Arthur Sulzberger Jr., afirmó: "No empecemos a satanizar a nuestros ejecutivos ni a los editores de la sala de redacción ni al editor ejecutivo ni siquiera al dueño. La persona que hizo esto fue Jayson Blair". En efecto, el fraude lo cometió un individuo, pero ninguna organización periodística puede deslindarse totalmente de la responsabilidad que tiene en relación con el comportamiento profesional de sus empleados, sobre todo si los resultados de ese comportamiento aparecen publicados en primera plana, como fue el caso de los reportajes falsos de Blair.

En su deslinde, la redacción del NYT destaca que Blair tenía una gran habilidad para las relaciones personales y que pasaba mucho tiempo en la redacción. En apariencia, para tratar de curarse en salud, señala que no lo toleraron por el hecho de ser negro (o afroamericano, como les encanta decir eufemísticamente), aunque sí reconocen que impulsarlo era "parte del compromiso del periódicos con la diversidad", sino porque le veían futuro (era "un tipo hambriento de éxito") y tenía muy buena disposición, a pesar de su conducta errática, su apariencia descuidada y de que uno de sus jefes le dijo que "necesitaba nutrirse mejor, no nada más bebiendo whisky, fumando y comiendo frituras de la máquina expendedora".

El periódico reconoció que algunos reporteros y administradores no les informaron a los editores acerca de la conducta poco común de Blair: "Cinco años de información acerca del señor Blair estaba disponible en el edificio aunque nadie la reunió para decidir si debería ser puesto bajo una intensa presión y asignarle la cobertura de sucesos nacionales de alto perfil". Dos editores que habían sido jefes de Blair afirmaron: "No teníamos la menor idea de que estábamos tratando con una pauta patológica de tergiversación, falsificación y engaño", una observación sumamente perspicaz, sobre todo si tomamos en cuenta que Blair también les hizo creer que ya había terminado sus estudios universitarios (cosa que nunca sucedió), y logró que no lo asignaran a la investigación de los atentados del 11 de septiembre porque había muerto un primo suyo en las Torres Gemelas (lo que resultó falso).

Después de leer declaraciones como éstas, uno podría imaginarse la cara de Jayson Blair como la de un taimado embaucador, la encarnación del mismísimo demonio. Sin embargo, el rostro que ha recorrido el mundo y que acompañó la publicación de la noticia, es el de un joven negro, pelado a rape, con espejuelos y una sonrisa franca, el tipo de persona que te cae bien de inmediato porque todo lo pide por favor y te hace sentir la persona más especial del mundo. Nada más y nada menos que la versión afroamericana del semblante angelical de Leonardo DiCaprio en la mencionada película de Spielberg.

En esta cinta, el policía que lo persigue y finalmente lo atrapa (interpretado por Tom Hanks) le pregunta a Abagnale cómo le hacía para embaucar a la gente. Muy tranquilo, Abagnale le responde: "La gente siempre cree en lo que dices si lo haces con aplomo y suficiente convicción". Al parecer, Jayson Blair creyó en esto hasta el final. La larga nota del NYT cuenta una escena escalofriante que lo ilustra perfectamente. Para el 29 de abril, cuando se realizó un careo con el reportero para aclarar la denuncia de plagio del diario de Texas, el editor de la sección nacional, Jim Roberts, ya había descubierto la manera en que Blair "recreaba" los ambientes de sus entrevistas: consultaba las fotografías del archivo digitalizado del periódico. El reportero negaba todo. Entonces el editor lo encaró y le dijo: "Mírame a los ojos y dime que hiciste lo que dices que hiciste". El reportero le sostuvo la mirada y le dijo: "Sí, lo hice". Fue la última vez que se vieron las caras.