lunes, septiembre 20, 2010

La filósofa, la jinetera y el Comandante, de Fernando Reyes

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por Ignacio Trejo Fuentes


(Publicado en la revista Siempre!)

Acabo de leer una de las novelas más ingeniosas y divertidas de los últimos años en el panorama mexicano: La filósofa, la jinetera y el comandante, de Fernando Reyes.

Se trata de un complot para matar a balazos a Fidel Castro mientras da un discurso contra el imperialismo yanqui en la Tribuna Antiimperialista José Martí. La idea es de una ex historiadora y ahora jinetera (prostituta), mas luego se agregan al plan varias personas más, entre ellas dos mexicanos, una pretendida filósofa y un profesor de literatura. Nuestros paisanos han llegado a La Habana con propósitos distintos, aunque con el fin inmediato de sacudirse sus fantasmas, su soledad, la carencia de sucesos importantes en sus vidas: ambos son feos, y en consecuencia sus experiencias amatorias son casi nulas. La filósofa se asombra de la belleza y frondosidad de las cubanas, que contrastan con su nada agraciada figura regordeta y sus rasgos faciales poco afortunados. El profesor en su laberinto, el profesor no tiene quien le escriba, ni quien lo espere, ni quien lo cuide se atreverá a bailar por vez primera en su vida, por primera vez también tomará más de la cuenta y por primera vez será ésta la noche más feliz de su vida.

A través de las andanzas de ambos personajes, los lectores hacemos un recorrido por las calles de La Habana, por restaurantes y bares y burdeles disfrazados; conocemos gente que supongo prototípica, como los que venden ron hecho en casa a los turistas, y a los que quieren quitarle su dinero a costa de lo que sea, como las jineteras, que por veinte dólares pueden llevar a sus clientes al paraíso. La filósofa se hace amiga de una prostituta, y el profesor se hace llevar por la ciudad en un bicitaxi, cuyo conductor le descubre mundos ocultos de aquélla. Más tarde aparece un veracruzano, que se sumará al plan de asesinar al presidente cubano.

La novela es contada por varias voces, acertadamente manejadas por el autor: así, escuchamos el habla habanera, la veracruzana, la chilanga; la de los instruidos y la de los poco letrados. Escuchemos uno de esos registros:

"Mire usté, se va a llevar un cidí que te contiene los éxitos románticos de sus autores favoritos como lo son juan grabiel, joséjosé, robertocarlos, armandomanzanero, luimiguel y además en el mismo disco puede escuchar los jits del momento de sus artistas como son chaquira, chayán, alesíntex, talía y muchos más, también le traemos el cidí de la música para la relajación y la meditación con las más grandes obras de la música clásica que te contiene hermosas melodías como lo son el cascanueces de chacobsqui, el avemaría de chuber, la tocada en do menor de bach, la obertura de guillermo tel de rosini, la sinfonía no cuarenta de mósar y muchos otros éxitos, llévese uno por diez pesos o dos por quince, pa que no lo andes pagando a cientocincuenta en tiendas de autoservicio".

La pluralidad de voces narrativas hacen de la historia principal (el plan de matar a Castro) y de las subhistorias un abanico espléndido, y por eso aparecen frases como: "Vio a un dios esculpido por un dios mayor, un hombre en toda la extensión del deseo"; o: "Volaban literalmente sillas y mesas negras, entre tantos negros y negras en medio de una noche negra"; y: "Si ya me había desflorado un negro sin porvenir, lo conveniente era que mi porvenir no fuera negro".

E ideas como ésta: "Los grandes filósofos se dan en tierras gélidas, donde el ambiente es propicio para pensar. Quiso imaginarse a un filósofo cubano escribiendo sus ensayos en la playa de Guanabacoa, con unas bermudas anaranjadas, unos lentes para el sol, tomando una Bucanera helada, y mientras una mulata le unta bronceador, el pensador del Caribe redacta su primer tomo de El calor corporal como genealogía de la verdad".

Cabe decir que las voces narrativas se alternan en una suerte de breves capítulos, o sólo en párrafos, y eso confiere a La filósofa, la jinetera y el Comandante una agilidad notable. Además, como remate de algunos capítulos o secciones, se ofrece, en cursivas, y mediante una voz no identificable, una historia complementaria: como se ejecutará el crimen, cuáles son los mecanismos del arma, la trayectoria de la bala, su velocidad, etcétera: puedo asegurar que no hay desperdicio en ninguna página, y eso siempre lo agradecemos los lectores.

No exageré al decir, en la primera parte de esta reseña, que la novela de Fernando Reyes es una de las más divertidas e inteligentes de cuantas he leídos en los últimos años de autor mexicano: conjuga una trama por demás atractiva (el plan para asesinar a Fidel Castro) con un despliegue técnico notable.

Señalé que la historia principal y las múltiples subhistorias son narradas por diferentes voces: la filósofa, la jinetera, el profesor, el policía y muchos otros personajes; pero al final de cuentas no sabemos quién escribió la novela, quién se encargó de reunir aquellas voces. Y lo principal no sabemos a ciencia cierta quién es el muerto, aunque parece obvio que no es el Comandante, como habían calculado los complotistas. Esos ocultamientos, en vez de confundir al lector, aumentan su interés, porque debe poner mucho de su parte para atar los cabos sueltos, urdir su propia resolución al asunto y, así, hacer su propia novela.

Fernando Reyes rinde múltiples homenajes a la cultura "seria" y a la "popular": como no queriendo hace retruécanos, calambures a la manera de Guillermo Cabrera Infante, hace guiños a autores como José Lezama Lima, Gabriel García Márquez, José Donoso y José Emilio Pacheco; un par de veces inicia frases de este modo: "Antes de que anochezca, que es el título de la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas quien, como se sabe, fue víctima de la dictatura castrista". Pero también hay referencias musicales y cinematográficas cuyas fuentes no tienen necesidad de ser declaradas, pues el lector sagaz o más o menos enterado se remite a ellas con una sonrisa de complicidad.

Me interesa reiterar que aparte del complot para matar a Castro desfilan por la novela otras historias. La filósofa y el profesor mexicano muestran los estragos de su fealdad y su soledad, y en un terreno neutral como es La Habana, donde se dan casos completamente distintos de los suyos, no tienen más que admitir su desdicha, y se entregan por eso a desenfrenos: el profesor hace aflorar su latente homosexualidad. Y véase al policía encargado de impedir que se cuelen al hotel personas non gratas como las jineteras: esa es su cotidiana colaboración revolucionaria, pero vemos cómo tiene metida hasta el tuétano la idea de escaparse de la Isla para vislumbrar otras oportunidades; incluso está enamorado de una de las prostitutas a quien detiene con frecuencia, y al saberlo la esposa del guardia, determina unirse al plan para matar al Comandante.

¿Para qué detenernos en la desdicha de las prostitutas, incluso niñas, que se venden para mal comer? ¿O en la de los hombres dispuestos a hacer lo que sea con tal de hacerse de unos dólares? Todos (por lo menos los protagonistas de la obra) tienen un profundo rencor contra la situación del país, contra los gobernantes, contra la pobreza, contra la falta de libertades y aun contra sí mismos. La filósofa, la jinetera y el Comandante es en apariencia un carnaval, pero los comparsas son todo menos festivos, seres profundamente doloridos. Sin embargo, Fernando Reyes se cuida de no hacer sociología, no aplaude ni se rasga las vestiduras, tan sólo echa a andar las vicisitudes de sus personajes y éstas hablan por sí mismas: en todo caso es el lector quien se encarga de los juicios. (Sé, por otra parte, que Fernando tiene mucha simpatía por Cuba, por su cultura: ha hecho antologías de la literatura de aquel país).

Y no podía faltar el sesgo erótico: "Hay una boca dentro de ella, boca que lame, que mordisquea, que muerde amorosa, con una infantil lujuria, babosa, como pez en el agua, como agua en el pez esa boca la navega, la absorbe, se introduce, feliz Aleph, en la oscuridad de ella la lengua encuentra luz, la lengua separa, divide, fragmenta, se escabulle, encuentra miel y dulces amarguras, la lengua va y viene, la marea de los besos sube hasta la locura y los dientes se espuman de olvidos, nada más existe que la boca y ella, el pasado de ese monte venusino, el futuro es ciego como esa boca que sólo sabe de sabores, tantos sabores, brincos de la lengua y de ella también, sabor del otro lado de la luna, saber de todo en medio de dos piernas, nacer de nuevo, parto goloso, nacer en ella, de ella, una vida inédita nace entre unas piernas y una boca en ellas, nado sincronizado, manantial de magia, pequeños planetas atolondran los sentidos, y las bocas, ambas son bocas, empalman sus destinos, coinciden sus quimeras, se funden, se aprehenden, se apañan, son una sola en el malabar de la saliva, en el jardín de las delicias, y la lengua recorre cada círculo de ese espiral divino que otros llaman infierno".

Fernando Reyes, La filósofa, la jinetera y el Comandante.
Instituto Mexiquense de Cultura, México, 20010; 177 pp.