jueves, septiembre 16, 2010

Poesía, patria y otros actos de fe

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por Fernando Reyes

Patria: your surface is the gold of maize,
below, the palace of gold medallion kings,
your sky is filled with the heron's flight
and green lightning of parrots' wings

Aquí la patria es tan inasible, indefinible e indefendible como si se tratara de una canción de un cantante pop, que será traducida a varias lenguas para representar a México, aunque a la mayor parte de los mexicanos no les guste ni les transmita siquiera un poco de lo que cada uno concibe como patria. Aunque bien mirado el concepto de patria ha sido tan volátil como la portada de los libros de primaria o los discursos politiqueros con tono demagógico desgastado y nauseabundo. Desde Santa Anna y Porfirio Díaz hasta los priistas del finales del XX y los panistas del inicio del XXI, los dirigentes de la nación han utilizado a la Patria según sus más personales o partidistas conveniencias: la patria fue la esclava liberada, la india que soporta todas las injusticias, también la virgen sumisa –madre inmaculada-, la patria ha sido la moza que coquetea con propios y ajenos, o la mujerzuela que hay que tratar con mano dura, es la dama que nos abre puertas sociales y es la mujer moderna que compite internacionalmente.

Todos ellos mentaron a la patria. Mentada patria. En cada una de sus arengas públicas o privadas mencionaron ad nauseam a la señora, muy a su estilo, con sus particulares intereses. La patria es de los hombres y es también una mujer hecha hombre. El disfraz perfecto dentro de la política, aunque la palabra misma le quite el antifaz: la patria es mujer pero lleva el nombre del padre, si no habría sido Matria. Quizá de allí surgió el mito tautológico del famoso Padre de la Patria. Español-mexicano. Clérigo-civil. Humanista y guerrero. Con votos y con cuatro hijos. Del vino de consagrar al pocker. Icono de rebeldía y guadalupanismo. El padre de la patria es a la historia de México lo que la patria es al pueblo.

Cuando se decidió quién entraría al panteón de “los héroes que nos dieron patria” durante todo el XIX, Miguel Hidalgo se puso en entre dicho por ser un personaje polémico, contradictorio. Quizá esa misma humanidad, empero, y su vida literaria le dio el papel protagónico en la historia oficial. Es y ha sido el personaje más emblemático de la Independencia. En la memoria histórica del mexicano no aparecen ni los primeros intentos independentistas de Primo de Verdad en 1808; ni las conspiraciones de Abasolo o Aldama. A Porfirio Díaz le gustó el 15 de septiembre para conmemorar el Centenario de la Independencia, pues tal fecha era la de su cumpleaños. “Nos enseñan desde la escuela primaria a verlos como seres sagrados, intocables y nunca la parte humana…” dice Vicente Quirarte, que sabe muy bien de desmitificaciones.

Hidalgo ocupa el top ten de poetas que escribieron en torno a su figura. En su “Oda al 16 de septiembre”, considerado el primer poema independentista, Andrés Quintana Roo recuerda al “adalid primero, / el generoso Hidalgo ha perecido: / el término postrero / ver no le fue de la obra concedido”. Todo héroe tiene algo de mártir. La oda de Quintana Roo, con un epígrafe de Virgilio, contiene referencias tanto indígenas como grecorromanas o germánicas. Entre los humanistas ilustrados y los liberales reformistas, poetas, civiles (Lupemaría de la Garza Ferrer) e incluso militares (Luis García de Arellano, quien bautizó a Hidalgo como “Moisés del pueblo mexicano”) aludieron en sus versos al Cura libertador, al Grito y a Dolores.

En la corriente del Romanticismo, el insigne y valiente Guillermo Prieto , como buen poeta popular, versificó:Golpes suenan en la puerta, / en la puerta del cuarto, / golpes y voces que llaman / ansiosas al Cura Hidalgo”. Juan de Dios Peza escribe “¡Feliz todo el que en ti venere y ame / al Redentor del pueblo mejicano!”, refiriéndose al “noble anciano”, pues Hidalgo contaba con 57 años cuando no tuvo otro remedio que levantarse en armas en 1810 “¡Año de luz, de triunfos y de gloria / de dolor, de martirio y sufrimiento!”. Dentro de este movimiento romántico y liberal, Manuel Acuña, Vicente Riva Palacio y José Rosas Moreno, entre otros, se refirieron al Padre de la Patria y a otros héroes independentistas. En aquella época escribir sobre tópicos patrióticos e históricos no demeritaba en su prestigio literario; éste, bien diríamos, fue un concepto acuñado y asumido tiempo después, incluso después del Modernismo, pues poetas como Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y otros le cantaron a la Patria y a sus mártires. Allende las fronteras, desde Perú José Santos Chocano viene a recordarnos:

“Ciudadanos de México:
Vengo a contarles este día
la pagina más grande de la historia…”

La cúspide de poemas sobre el tema fue, por supuesto, La suave patria de Ramón López Velarde, sobre el que se ha escrito mucho y, a decir de Vicente Quirarte, se trata de “un poema aclamado a su muerte de manera inmediata, es un texto absolutamente revolucionario que rompe las fronteras entre lo urbano y lo rural y que ha sobrevivido a casi 90 años y al discurso patriotero para convertirse en un redescubrimiento de la patria”. Y agrega el doctor en letras: “…representa el momento de transición de Ramón López Velarde y lo perfilaba hacia una dirección nueva, no buscando una novedad estética y formal, sino que plasmaría en sus versos la zozobra del vaivén entre la religión y la sensualidad, de la figura del soltero y del tigre, al hombre solo”.

La suave patria fue escrito con motivo del primer centenario de la consumación de la Independencia, y publicado en 1921 (mismo año en que murió el poeta), en la revista El Maestro, dirigida por José Vasconcelos. Quizá ya hasta el periodo de los Contemporáneos decrece el fervor patrio. Gilberto Owen señala que la mayor parte de la poesía que pretende ser patriota acaba siendo “patriotera”.

Entre el callismo y el cardenismo comienza el llamado patriotero. La patria al servicio de todos, de todo. La patria nos saca de apuros: legitima, une, resarce, remienda, convoca. La patria, defendida por los insurgentes, por la milicia, incluso por la iglesia, por los poetas más conocidos y respetados en la historia de los mexicanos, la patria, hecha un himno nacional y un rimbombante poema, la patria, tan conceptual y abstracta, tan indefinible y polisémica, funcionaría desde entonces hasta la fecha para ser el comodín de dirigentes y gobernantes. Se fue convirtiendo en la hidra del cuento. Por, consecuencia, poco a poco, la poesía se fue haciendo patriotera, luego oficialista.

En este desgaste de discurso, exceso emblemático y maquiavélicas intensiones, la señora patria bien podría representarse como una mujer de la calle, ojerosa y pintada, cansada de tanto manoseo, vituperada, trasnochada, una moderna Santa cuyas carnes, otrora rozagantes, ahora reflejan que está ya bien entrada en sus tres siglos. Nadie se ha atrevido a simbolizar a la patria como una puta. Y si ya se atrevió no habrá quien lo haga público. El celo que existe histórico, político, social y hasta religioso por los símbolos patrios es de verdad una raíz arraigada con la fuerza del inframundo. No habrá quien la desarraigue, la desvirgue, al menos –repito- pública o institucionalmente. Recordemos el caso del poeta de Campeche, Sergio Witz, al que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le negó un amparo, desde el 5 de octubre de 2005, para evitar que se le sometiera a juicio por haber difundido el poema titulado "La patria entre mierda". La Corte avaló que se juzgue a Witz al respaldar la validez del artículo 191 del Código Penal, que sanciona el ultraje a los símbolos patrios. “Mas si osare un extraño enemigo”, manchar el nombre de la Patria nadie ni nada lo perdonará. Si alguien, religioso o militar, civil o -peor aún- poeta “quien tu nombre sagrado insultó” quedará condenado para siempre. O el reciente caso, que raya en lo ridículo, de una hamburguesa llamada “Texican Whooper” en cuyo promocional se puede ver a un cowboy muy norteamericano junto a un enano con máscara de luchador y vestido con un zarape decorado con la bandera mexicana bajo el eslogan "Unidos por el Destino". O el caso involuntario, como todo lo que hacía Vicente Fox, en que mutiló el escudo nacional para identificar la propaganda política de su sexenio

Amado Nervo, quien leyó en el hemiciclo de bosque su oda a “Los niños mártires de Chapultepec”, fue de los primeros que puso el dedo en la llaga: “¡Ay, infeliz México mío! / Mientras con raro desvarío / vas de una en otra convulsión, / del lado opuesto de tu río / te está mirando, hostil y frío / el ojo claro del sajón.” (“A México”, que quisiera comparar con “Avenida Juárez” de Huerta). En su poema “Mi México”, Nervo agrega: “Nací de una raza triste / de un país sin unidad / ni ideal ni patriotismo / mi optimismo / es tan sólo voluntad”. Llama la atención uno de los versos del primer poema: “Cese tu lucha fraticida”. Recordemos que la de la “Independencia” no ha sido la única batalla donde han muerto nuestros hermanos, desde el siglo XVIII hasta nuestros días ha corrido mucha sangre por nuestra patria (empleando aquí su acepción territorial).

A mediados del siglo XIX, Santa Anna convoca para la letra y música del Himno Nacional. Nuevamente el uso de la patria para fines de legitimación. El concurso lo gana González Bocanegra y el Himno contiene un fuerte tono bélico, pues recordemos que Bocanegra fue hijo de un oficial realista.

Mexicanos al grito de guerra

En sangrientos combates los viste

oh Patria querida! que el cielo
un soldado en cada hijo te dio.

en las olas de sangre empapad.
Guerra, guerra. En el monte, en el valle

tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.

Este sentido bélico de la patria es uno de los más gastados. La patria no la hacen los soldados, los ejércitos, las balas. Aunque se recuerde como un héroe ejemplar al “Pípila” (nuevamente el perfil literario), nadie borrará la masacre acaecida en la Alhóndiga de Granaditas. Patria o muerte quedó en otros contextos, en otros tiempos. Los héroes no asesinan, parafraseo a Guillermo Prieto. “La historia vista sin imaginación sería la historia del poder y la violencia” escribió Carlos Fuentes. A la historia no le debiera gustar la sangre por más cinematográfica que parezcan los cañones de Zaragoza, los allanamientos de Villa, las horcas durante la Bola, los fusilamientos cristeros. Nadie quiere oír Cananea, Tlatelolco, Atenco o Acteal. A los héroes ya no les queda la camisa roja y las banderas no se izan con fusiles. Los héroes visten color carne. Los héroes ya no visten sotana ni ostentan medallas. Son los de a pie, los que llevan nuestro apellido.”De mil héroes la Patria aquí fue” reza el mismo Himno. Los héroes forman parte de nuestra vida cotidiana. Los tenemos en las arterias: son las calles de la ciudad, los nombres de escuelas, de ciudades. “El héroe es una metáfora, y la metáfora se desgasta si no le infundimos nuevo vigor, si no adquiere, con nuevas lecturas, vida inédita” advierte Quirarte.

En este sentido de resemantización, los poetas dan su versión renovada de la patria. Rosas Moreno, poco estudiado como uno de los primeros escritores de literatura infantil, escribe en Un libro para mis hijos

La patria es también:

... el hogar doméstico, el amor de nuestros padres, el afecto de nuestros hermanos y de nuestros amigos, nuestras ilusiones, nuestros recuerdos, nuestros sueños y hasta nuestras desgracias, todo se une y se confunde...

La patria es donde están nuestros recuerdos, nuestros antepasados, es nuestra memoria histórica. “Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío”, dice el jerezano.

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;

Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Qué manera tan erótica de nombrar a la patria, “con la blusa corrida hasta la oreja / y la falda bajada hasta el huesito”. De esta manera sí se antoja la patria “con el bravío pecho / empitonando la camisa, han hecho / la lujuria y el ritmo de las horas”. Así dan ganas de cortejarla, de besarla, de corretearla “con matraca, /y entre los tiros de la policía”. Así de carne y hueso se abraza a la patria, no con doble cara, con máscara y mitos. No como una espada para herir, ni siquiera como escudo. No son héroes de mármol decimonónico o de plastimax vigesémico o virtuales para nuestros días. “Ay mentiroso pedestal. De los días aciagos / nada sustentas; un fugaz decoro solamente / una pisca de gloria…” escribe Jaime García Terrés en “Los hombres ilustres”, y concluye “la vida toda se aposente / sobre tus piedras ejemplares”.

Entre mitos, mentiras y escenas de cine y telenovela, la patria se desgasta. Se banaliza, se agota y no queda más que la ironía, el sarcasmo (cfr. Pineda) la versión simplista y la anécdota socarrona. Que si Hidalgo no tocó la campana, que si quienes lo fusilaron lloraron, que si Allende lo quiso envenenar. Entre el mito y la historia. “Ni él gritó ¨Vamos a matar españoles¨ ni matamos a ninguno aquella noche” parafrasea Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de López, una de las mejores historias independentistas noveladas, hay que recordárselo a todos los escritores que este año quisieron sacar, a como diera lugar, su novela histórica.

Todo poeta tiene necesidad de cantarle a su patria, de reconstruir su nación a través de las palabras, de nombrar a su gente y sus costumbres, de recordar sus valles y montañas, de traer al papel ríos y mares. Esto también es hacer patria. Es sanarla, levantarla y ayudarla a caminar. “Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria” dice Efraín Huerta, y con lágrimas de Cocodrilo agrega: “La patria es polvo y carne viva, / la patria debe ser, y no es, la patria / se la arrancan a uno del corazón / y el corazón se lo pisan sin ninguna piedad”.

José Emilio Pacheco, por su parte, confiesa: “No amo a mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible./ Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos,/ cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas,/ una ciudad deshecha, gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia, montañas, (y tres o cuatro ríos)”. La patria suena más a territorio que a abstracciones inasibles. Gritar patria en el extranjero nos traerá el aroma de las dalias y gladiolas, el nevado de Toluca, el Iztaccihuatl o el Pico de Orizaba mirados a lo lejos, el sabor del tequila, el pulque y un pozole; las caricias y besos de la madre, de la amada o de los hijos, el “Huapango” de Pablo Moncayo o “Sensemayá” de Silvestre Revueltas. Quizá por tales razones de la piel los mexicanos mezclan en su memoria histórica “La noche de los mayas” de Revueltas con la “Sinfonía india” de Carlos Chávez con “Balada mexicana” o “Estrellita” de Manuel M. Ponce con “Vals sobre las olas” de Juventino Rosas. O en nuestros días, “Nuevo canto mexicano” de José Delgado Azorín. Y el poema de Vicente Riva Palacio “Adiós, mamá Carlota” lo hacen canción, y “Dios nunca muere” se convierte en himno. Y “La cucaracha” y “La Adelita” dan identidad, lo mismo que “Bésame mucho” de Consuelo Velázquez o “Cielito lindo” de Quirino Mendoza, una canción que cumplirá 130 años. De allí sólo hay un paso para “Ay, Jalisco no te rajes” de Manuel Esperón, “Camino de Guanajuato” de José Alfredo Jiménez, “El sinaloense” de Severiano Briseño, “Caminos de Michoacán” de Felipe Arriaga, “Veracruz” de Agustín Lara, “Caminante del Mayab” de Guty Cárdenas (con letra de Antonio Médiz Bolio), de la tierra del faisán y del venado es también Ricardo López Méndez (más conocido como compositor que como poeta), quien escribió el poema clásico tan popular como patriota, “México, creo en ti”, donde –además de acercarse a una psicología nacional- menciona términos como cosecha, bosque, montaña, agua, tierra, barro, jarro.

Poesía y cinco sentido nos recordó Borges, aquel poeta, mal considerado reaccionario, aquel quien inventó un mundo donde no existe la política, ni la historia, ni la religión, ni la verdad sino el asombro, aquel poeta escribió que “la patria es un acto de fe”, como es el caso de los versos de López Méndez. Sólo se puede creer lo que se vive como las flores de Netzahualcóyotl, la musicalidad de Sor Juana, las sandías de Tablada, el trópico de Pellicer, el agua de Gorostiza, las piedras de Paz, los animales de Lizalde.

En su “Tlatelolco 68”, después de denunciar a detalle la masacre estudiantil, Sabines concluye su poema así:

Las mujeres, de rosa,
los hombres, de azul cielo,
desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa
que construye la patria de nuestros sueños.

Nuevamente el verdadero rescate de la patria vía la sangre, pero la sangre dentro del cuerpo y fuera de él, derramada en nombre de aquélla, en nombre del respeto a las instituciones, en nombre del estado de derecho. En el Castillo donde durmió Maximiliano, donde unos niños defendieron –con sangre, por supuesto- el nombre de la patria, allí, ahora, en el 2010 se exhiben las fotos del ejército y no las del archivo Casasola. Hace unos días, el mandatario en curso habló de los mexicanos y la lucha que libra para acabar con los enemigos, habló de la sangre derramada en nombre de la seguridad, y mencionó, claro, gestas heroicas y mártires patriotas. El héroe siempre tendrá algo de mártir, dicen los mitólogos. Para un pueblo que dignifica la culpa, la victimización y el martirio, a muchos les quedará bien el saco de la patria. Ésta puede hacer las veces de justicia, libertad, dignidad, equidad, progreso y otros valores sociales y políticos que están a la baja en nuestros días. Un discurso a la medida de sus intenciones. Legitimación en el nombre de la susodicha. “Éste es el inicio del tricentenario”, dijo sugiriendo una comparación. El jefe del ejecutivo, siempre parodiado con un traje de militar, concluyó su discurso en televisión, no entre el pueblo, colgándose de la señora ésa que salía en los libros de primaria: “Una patria que cumpla su promesa de un futuro mejor para sus hijos”. Las madres de los jóvenes, estudiantes, y soldados muertos quizá no entiendan ese tipo de patria.

“Y entonces –se pregunta Bonifaz Nuño- ¿por qué lado / a qué nopal me acojo, con qué espinas / me coso el alma al hueso, y en qué chile / me curto el corazón para mañana?”, versos del poema “La mazorca”. Aquí comienzan las respuestas, en el origen, como plantearon y plantaron la semilla los hombres del maíz del Popol Vuh y las cosmogonía de Quetzalcóatl. Así, algunos poetas traducen patria como maíz, como el “Poema visto en una mazorca” de Alberto Blanco: “Los granos de maíz / son nuestra vida, / la hoja del elote / es nuestra mortaja, / y el tallo de la mazorca / es nuestra patria”.

La patria se debe traducir, se debe actualizar estéticamente. Patria reloaded. La patria son las palabras, nuestra lengua y el habla, Son las lenguas que se escuchan en los desiertos del norte y en las selvas del sur. Para finalizar, me toca a mí traducir los versos primeros de este ensayo, los cuales, a su vez, yo ayudé a una estudiante neozelandesa a traducir al inglés, quien les puedo jurar que no se trata de una “Miss Texas”, ni una de esas “millonarias neuróticas cien veces divorciadas” que cita Efraín Huerta. Esperemos que no llegue el día en que nos invadan “las tribus espigadas, la barbarie en persona” ni “los gansters” ni “los políticos pelícanos de Louisiana”, que augura el Cocodrilo.

Los versos son del vate jerezano quien escribió su magnánimo poema, asegura Salvador Alvarado, en una cantina La Rambla, hasta hace poco tiempo ubicada en la esquina de Avenida Chapultepec y Bucareli, en la ciudad de México. Quirarte, por su lado, indica que La suave patria le llevó a Velarde mucho tiempo para sus correcciones. El poema, considerado como “revolucionario y demócrata” es sobre todo “el redescubrimiento de la patria como ciudadana, camarada y compañera; no la madrastra rígida y autoritaria en que se había convertido”.

Éstos son los versos que al inicio de mi texto suenan fuera de lugar, inasibles, indefinibles y ahora los versos se desgranan como el maíz, ese sonido hacen, así huelen, así se miran diente por diente, así saben.

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

(Texto leído en el ciclo "Miradas desde la pariferia" Casa Universitaria del Libro. UNAM, 10 de septiembre de 2010)