domingo, mayo 02, 2010

Los Beatles, una familia de tantas

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Por Guillermo Vega Zaragoza

Publicado en Guardagujas, suplemento cultural de La Jornada Aguascalientes.

(Bajar completo el suplemento en PDF)

Una de las portadas de los discos de los Beatles que más me gustan son los llamados álbumes rojo y azul, las primeras compilaciones oficiales que siguieron a la separación del grupo. En el primero, que incluye canciones de 1962 a 1966, aparece el cuarteto Liverpool en la misma foto que utilizaron para el primer elepé del grupo, Please please me, en 1963, tomada en las escaleras de las oficinas generales de la disquera EMI en Washington Square, Londres. La contraportada (que será también la portada de su mellizo, con canciones de 1967 a 1970) es una foto desde la misma posición, en el mismo lugar, sólo que seis años después. Originalmente, el grupo le pidió al mismo fotógrafo que les tomó la primera que la repitiera, pues querían utilizarla como portada del malogrado Get back, que debería haber aparecido en 1969, pero que terminó siendo Let it be, el último álbum y testamento del grupo de rock más famoso e influyente de todos los tiempos.

Resulta curioso e intrigante admirar ambas fotos. Si uno no supiera que son los Beatles diría que las personas fotografiadas no son las mismas. En la primera, se puede ver a cuatro jóvenes veinteañeros felices y sonrientes, con toda la vida por delante, trajeados y peinados en forma similar. En la segunda, vemos a cuatro hombres maduros, con el pelo largo, uno barbado y dos con bigote, el gesto adusto, esbozando apenas una sonrisa, hasta podría decirse que parecen cansados o aburridos. ¿Qué les pasó a esos cuatro hombres? ¿Cómo es posible cambiar tanto en tan sólo seis años?

En alguna ocasión leí que los Beatles pasaron de ser una simple banda de rock and roll a convertirse en los sabios de la tribu, nada más que en su caso la tribu se trató de la juventud mundial de su época. Todos los jóvenes estaban pendientes de lo que hacían, decían o dejaban de hacer, no sólo en el aspecto musical sino incluso en términos sociales, culturales y hasta religiosos. En pocos años experimentaron vivencias personales que al común de los mortales nos llevan toda la vida. Una vez, apesumbrado por el sentimiento de no haber hecho nada valiosos en mi vida cuando estaba próximo a cumplir cuarenta años, le dije a una amiga: “¡Carajo! Y pensar que a John Lennon lo mataron a esta misma edad y ya había sido un Beatle”. A lo que ella completó: “Déjate de eso. No sólo había sido un Beatle sino que ya era un ex Beatle”. Es cierto: en unos cuantos meses pasaron de ser un grupito desconocido de Liverpool a desencadenar una de las mayores histerias colectivas nunca antes vistas, eso que llamaron “Beatlemanía”.

¿Pero cómo empezó, evolucionó y terminó todo? Se tiende a pensar que el big bang de la epopeya beatlesca fue el encuentro de Lennon y McCartney en el patio de la iglesia de San Pedro en Liverpool el seis de julio de 1957. Sin embargo, ese fue sólo el comienzo. Aún no había Beatles. Los Beatles como tales comenzaron cuando viajaron a Hamburgo, o mejor dicho: cuando regresaron de tocar en cabarets de mala muerte en ese puerto alemán ya eran, esencialmente, los Beatles. En su libro Outliers (Fueras de serie), Malcolm Gladwell los pone como ejemplo de “la regla de las 10,000 horas”, que dice que cualquier persona que quiera sobresalir en lo que hace tiene que, entre otras cosas, practicar y trabajar en ello por lo menos esa cantidad de tiempo. En 1960 un empresario alemán llegó a Londres buscando grupos para que tocaran en sus clubes. De pura casualidad se encontró a un promotor de Liverpool que conocía a las bandas del puerto, entre ellas los Beatles. Así fue como llegaron a Alemania. Hamburgo fue su cuartel de prácticas, el crisol en el que se forjaron como grupo, ya que tenían que tocar ocho horas diarias siete días a la semana. Entre 1960 y 1962, los Beatles habían tocado juntos 270 noches ante un público escandaloso de marineros borrachos, gangsters y prostitutas. Como casi nadie les hacía caso, tocaban las mismas canciones una y otra vez, las alargaban, les cambiaban el ritmo, las arreglaban, experimentaban. Al mismo tiempo que comían y se peleaban en el escenario, aprendieron a tocar juntos y se convirtieron en músicos bien acoplados, con un estilo propio que nadie más tenía cuando volvieron a Liverpool. Y además estaba el atuendo y el comportamiento: regresaron hechos todos unos “rebecos”, con copetes envaselinados, chamarras de cuero, pantalones de mezclilla, botas picudas, guitarrazos poderosos y aullidos destemplados. Se veían y sonaban únicos, atractivos, peligrosos. Para cuando llegaron a Estados Unidos en 1964, el grupo había actuado en directo unas 1,200 veces, lo que casi ningún grupo actual logra hacer en toda su carrera.

Así fue como los vio por primera vez Brian Epstein, el joven y tímido hijo del dueño de una tienda departamental que atendía la sección de discos. Fue a la Caverna, donde tocaban, a buscar un sencillo para atender el pedido de un cliente y salió con un cuarteto de chicos que cambiarían la historia de la música y de la cultura contemporánea. Epstein hizo que se bañaran, se cortaran el pelo, se peinaran y se uniformaran, para hacerlos más accesibles al gran público y la gente no saliera corriendo por su pinta de delincuentes juveniles. No se sabe qué habrá pasado con el tipo aquél de la compañía de discos Decca que los rechazó porque “los grupos de guitarritas ya estaban pasados de moda”, pero de seguro lo corrieron, se suicidó o se hundió en el alcoholismo (claro, después la Decca firmó a cuanto greñudo se les acercó, incluidos los Rolling Stones).

Fue así como llegaron a la EMI, que los contrató, pero no tenía ni idea de qué hacer con ellos, ya que la compañía se dedicaba a la música clásica, aunque sabía que algo podría salir si entraba en el mercado de la música juvenil. Así que se los encargaron al productor más joven con el que contaban, George Martin. No se podría entender a los Beatles sin la presencia de George Martin en el estudio, interpretando, traduciendo, arreglando y registrando las ideas, locuras, ocurrencias y genialidades de Lennon y McCartney. Fue él el que hizo que despidieran a Pete Best, a pesar de que era el que más fans aportaba al grupo y en cuyo club, el Casbah, ensayaban y tocaban. Entonces llegó Ringo, el hombre con más suerte que haya existido jamás sobre la faz de la Tierra. La familia estaba completa.

Porque, en efecto, en sus primeros años, los Beatles funcionaban como una familia, con Epstein y Martin como los padres. Epstein los cuidaba, apapachaba y consentía. Martin los ponía a trabajar y reconocía su genialidad. Y como en toda familia, cada uno jugaba un papel y afloraban los conflictos y rivalidades: John, el poeta rebelde, inconforme y atormentado; Paul, el guapito, melcochón y ambicioso, el hijito de mamá; George, el menor, callado y talentoso, y Ringo, el bufón, que los entretenía y mediaba a la hora de las riñas. Por cierto, los Rolling Stones nunca funcionaron como una familia sino como una pandilla: dos de ellos (Jagger y Richards) se aliaron para terminar con el líder, carismático pero frágil, que era Brian Jones, sacándolo del grupo porque no quería evolucionar ni componer sus propias canciones, sino seguir tocando blues por los siglos de los siglos.

Sin embargo, a pesar de su éxito fulgurante, las cosas se empezaron a poner feas cuando la Beatlemanía se salió de madre. Ya ni siquiera se podían escuchar entre ellos al tocar en vivo debido a los gritos histéricos de sus fanáticas. Vivían encerrados en los hoteles, porque en cuanto salían a la calle, si no los perseguían las fans, los atosigaban los reporteros y paparazzis que querían registrar todos y cada uno de sus movimientos. Así decidieron dejar de dar conciertos aquel 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco. Quizá ahí empezó la ruptura con Brian Epstein, quien moriría un año después de una sobredosis accidental de barbitúricos, ya que él quería que siguieran haciendo giras, pues ése era el negocio principal y la más grande entrada de dinero.

El álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band es especial por muchas cosas. Primero, porque con él nació el rock. Antes de él, sólo había rock and roll. Como dijo Nik Cohn, el rock and roll es puro sexo, pero el rock es poesía. Los Beatles fusionaron a Chuck Berry con Bob Dylan y le pusieron cerebro a la música juvenil. No por nada fue el primer disco en incluir las letras en la contraportada: se trataba no sólo de escuchar sino de comprender. Atrás quedaron las rolitas insulsas de “nena, quiero estrechar tu mano” y las canciones se volvieron complejas, poéticas, oscuras, surrealistas, geniales. Siempre he tratado de imaginarme cómo debió sentirse alguien al exponerse al disco en cuanto salió a la venta. ¿Qué habrá pensado la gente al escuchar “A day in the life”? Seguro no lo creían. Pero era cierto, con el Sargento Pimienta los Beatles cambiaron la historia de la música, pero también cambiaron ellos y, por lo tanto, comenzó el inicio del fin del grupo.

Ya sin Epstein, empezaron los pleitos por el control de los negocios. Pachecos, atascados de mota y LSD, engolosinados con el éxito sin precedentes que habían logrado, se sintieron capaces de manejar —sobre todo Paul, el más ambicioso de los cuatro— lo que Epstein había llevado hasta la fecha. El primer gran fracaso fue el Magical Mystery Tour, el megalomaníaco experimento psicodélico de Paul. Luego crearon su propia compañía de discos, Apple, y vino el álbum blanco, donde la desintegración se hizo más que evidente. No por nada no salen en la portada. Ya no querían ser Beatles. Cada quien compuso y tocó sus rolas por su lado, o con poca participación de los demás. Empezó a revelarse el gran talento de Harrison, que puso celoso sobre todo a McCartney, que siempre había estado celoso también del talento y carisma de Lennon, quien a su vez había conocido a una artista avant-gard japonesa a quien llevaba a todas partes como si fueran siameses. A sugerencia de Paul, a fin de hacer un documental para la televisión, los filmarían ensayando y grabando su nuevo disco, que se llamaría Get back: Regresa. Sería el regreso de los verdaderos Beatles como grupo, tocando juntos otra vez, en vivo, nada de trucos ni experimentos en el estudio, sólo los cuatro, como antes, como cuando tocaban en Hamburgo o en la Caverna, para terminar con un mini concierto en la azotea de las oficinas de Apple.

La película titulada Let it be, que aparecería un año después, es muy triste de ver. Es como esas películas caseras donde vemos a la familia casi sin poder soportarse unos a otros, peleándose por nimiedades, haciendo berrinches o mostrando una indiferencia aún más hiriente. El colmo fue cuando Lennon quiso que Yoko fuera una Beatle. Eso sí que no, ya era demasiado. La japonésida le había sorbido totalmente el seso. Además, Harrison estaba hasta el gorro con las provocaciones de Paul y John, y decidió ahuecar el ala, hasta que Ringo lo convenció de que regresara.

Finalmente, decidieron darle sepultura al grupo con el mejor álbum de su carrera: Abbey Road, con los cuatro tocando como nunca, acoplados e inspirados, como un verdadero grupo, a sabiendas de que era el fin. “Y al final / el amor que tomas / es equivalente / al amor que haces”, dice la última canción del disco. No es casualidad (nada lo es) que en Abbey Road los cuatro estén cruzando la calle. Cada quién estaba tomando su camino, dejando las cosas atrás, como sucede —como debe suceder— en todas las familias: los hijos crecen, maduran y se tienen que ir. La familia Beatle había terminado.

Desde luego, aún faltaba el último berrinchito del nene Paul, para dar el cerrojazo definitivo. Como no le había gustado la forma en que Phil Spector arregló y produjo sus canciones en la versión final de Let it be trató, sin éxito, de evitar su lanzamiento y el 10 de abril de 1970 anunció que dejaba el grupo. Una semana después apareció su primer disco como solista, compuesto, tocado y producido totalmente por él (¿así o más narcisismo?). El 8 de mayo apareció, por fin, Let it be., disco y película. Fue uno de los pocos álbumes de los Beatles que obtuvieron críticas negativas por parte de la prensa musical.

Curiosamente, seis meses antes, sus archirrivales los Rolling Stones habían sacado un disco titulado Let it bleed: Deja que sangre, con un pastel en la portada. ¿Para festejar qué?


1 Comments:

Blogger Sofia Elizabeth Haro Vera said...

"Cronologia de un poeta"

Un poeta se viste y desviste de letras, en ellas encuentra su morada, desnuda su alma. Escribe y describe con palabras la verdad humana. El poeta no vive la vida, la siente, la plasma y la comparte al mundo.

Por: Sofia Elizabeth Haro Vera

3:29 p.m.  

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