martes, julio 28, 2009

Resaca de insomnio

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La poeta y periodista durante la presentación del libro de este tundeteclas
en Pachuca el 22 de julio de 2009.


Por Liliana Jiménez Mota

Guillermo Vega Zaragoza esperaba detrás de una puerta corrediza. Sentado en su escritorio muy serio y formal, me dio la bienvenida. Imaginaba que sería una entrevista difícil. Hice preguntas muy elaboradas, pero a la mitad del cuestionario decidí quitar tanta rigidez, así que le dije si se acordaba de mí, me había dado clases en SOGEM dos años antes y era la primera vez que lo trataba fuera de clases. Respondió que sí, pero que el recuerdo era vago porque me sentaba hasta atrás, y efectivamente así era: en el Bronx, como eran llamadas las últimas filas del salón.

Esa entrevista fue de las mejores. Ahí supe que al poeta le gustaban los Beatles, que uno de sus sueños era tocar la guitarra, que le apasionaba el periodismo y la tecnología, y que se habla iniciado en la literatura leyendo historietas.

Ese fue el inicio de un viaje, que espero dure mucho, pues tratar al poeta Guillermo Vega es cosa de cuidado y de disfrutar; con él la poesía tomó un significado distinto, supe que el periodismo y la poesía se pueden llevar, que podemos volver a tener 10 años y maravillarnos de todo en el circo, que las exóticas crepas de Clunys inspiran más poesía y que las letras saben mejor si se acompañan con un trago.

Una de las grandes tareas del poeta es observar, es un policía del instante, como lo dice Memo en su libro Desde la Patria del Insomnio.

Tratar de descifrar un poema es quitarle la vida, el sentido, cada uno de los lectores va adaptando los versos a sí mismo, de modo que la poesía toma muchos significados dependiendo del lector, por eso es tan difícil explicarla.

Pero Desde la Patria del Insomnio posee versos que no necesitan ser desmenuzados, hay palabras que por sí mismas nos encauzan a una explosión de sensaciones, de vértigo irracional por las aseveraciones metafísicas y los desplomes amorosos.

Como Jaime Sabines, Guillermo Vega es fan de las mujeres, la mayor parte de sus líneas son dedicadas a ellas, a sus cuerpos, a sus ausencias.

Estas líneas, que imagino fueron concebidas en el limbo del insomnio, se dividen en tres partes: la primera, llamada Preñar el silencio, es la llave que abre el universo de la poesía en la que el autor va desnudando al lector, va quitando trozos de piel para dejar salir lo que somos: un animal, un alcohólico, un policía, el canto, la patria, Sabines, un sueño, un disfraz, Dios.

El segundo bloque de poemas llamado Gramática Inservible describe con olores, sabores y tactos la desnudez de la mujer, el poeta va dejando caer una a una las palabras hasta culminar en el éxtasis de la poesía.

Espejo infinito es el bloque que cierra Desde la patria del insomnio; las letras aquí son el resultado inevitable de las ausencias, el agua aparece en cada línea, convirtiéndose en un mar, dejando al lector empapado en el muro que es su reflejo.

Memo Vega me sugirió que hablara de cualquier otro autor si su libro no me había gustado, que usara el conocido truco de decir: “Guillermo Vega es un gran poeta... sobre todo por haber escrito tal poema, en la línea 4 hace mención de una piedra, así como Paz en Piedra de sol, porque recordemos que Octavio Paz fue un gran escritor, su obra abarca ensayos, cuentos y poesía. Recordemos que Octavio Paz...”, y así sucesivamente hasta que haya cubierto el tiempo que tengo para hablar de su libro hablando de otro autor.

Lo cierto es que al leer Desde la Patria del Insomnio (leído con insomnio para ver si así conectaba frecuencia con el autor) las líneas me vinculaban a Memo Vega, a nadie más que a él, cada palabra era Guillermo Vega Zaragoza, y la pregunta es: ¿por qué ocurrió esto?

Porque como él mismo lo menciona en su poema “Policía del Instante”:

Mirar es el único trabajo del poeta
y escribir de lo que ve
con las palabras más justas
las mejores que pueda encontrar

Y sin duda alguna Memo Vega ha sabido hacer su trabajo.

lunes, julio 13, 2009

El Vega.com en la Feria del Libro de Hidalgo

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lunes, julio 06, 2009

El viejo sabio joven

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Ari bajando las escaleras de la coordinación de difusión cultural,
en una de las pocas veces en que hizo desfiguros ante las cámaras.


En el número de julio de la Revista de la Universidad de México, aparece un texto de este tundeteclas en homenaje a mi amigo Ari Cazés:

Decía el escritor Elías Canetti que hay dos tipos de amigos: los amigos declarados, de los que sabemos todo y ellos saben todo de nosotros; aquellos de los que nos vanagloriamos, los enaltecemos y a los que siempre recurrimos; todos los que nos conocen también los conocen a ellos.

Y hay otros, los amigos ocultos, a quienes a mantenemos a distancia, no indagamos en sus vidas y tienen atributos que ignoramos, y que por lo mismo nos sorprenden en cada nuevo encuentro. A los amigos ocultos rara vez recurrimos, aunque podríamos, pero sabemos que siempre estarán allí y nunca nos fallarán si les pedimos algo, así sea una nimiedad o algo verdaderamente importante. Incluso si no se los pedimos, si se enteran, ellos intercederán por nosotros sin que lo sepamos.

Pienso en Ari Cazés como un amigo de este tipo, un gran amigo oculto, Creo que él conocía más cosas acerca de mí (muchas se las contaba yo mismo, otrás él mismo las intuía acertadamente) que yo de él. Pero se debía, sobre todo, a que yo lo respetaba y lo admiraba, y no consideraba adecuado andarle preguntando cosas si él no quería contármelas. Pienso que él lo prefería así, porque era sumamente celoso de su privacidad y de su libertad.

Esto sí lo sabía ―porque era testigo de ello todos los días―: Ari valoraba al máximo la libertad; decía que ésta había que ganársela y defenderla a diario, pero también había que ser responsable al ejercerla y asumir las consecuencias de ser libre. Eso hizo que admirara su independencia y su capacidad de indignación ante la injusticia, el cinismo y la corrupción. En los últimos meses, Ari estaba emprendiendo con disciplina y dedicación ― como emprendía todo lo que se proponía― la búsqueda de la libertad interna, despojándose de la tensión y de las malas vibraciones, para encontrarse consigo mismo y estar en sincronía con algo superior, más limpio y más sano.

Las felices coincidencias de la vida hicieron que trabajáramos juntos durante casi seis años, tiempo en el que se fue labrando esa amistad y en el que compartimos muchas ideas y experiencias (después de todo, pertenecíamos a la misma generación, la de los hijos del 68). Pero, sobre todo, compartíamos la pasión por la vida y la literatura, que a final de cuentas es lo que importa: largas sesiones de charla y discusión, de aprendizajes y reflexiones, de solidaridad y amistad.

Ahora que él ya no está, que no puedo acudir a él para plantearle alguna duda, que no está para cuestionarme y hacerme pensar más allá de lo evidente ―como el “viejo sabio joven” que era―, pienso que nunca nos dijimos así, abiertamente, que fuéramos amigos. A lo mejor lo considerábamos innecesario. Ahora sé ―por nuestra mutua amiga Sandra Heiras― que él se refería a mí como su amigo y que manifestaba su cariño y admiración por mí ante los demás. Sin embargo, ahora nadie le dirá que ahora yo hago lo mismo, aunque estoy seguro de que, de alguna manera, lo sabe.

Dicen que las personas que pierden algún miembro, una pierna o un brazo, a veces sienten frío o hasta dolor como si el miembro ausente aún siguiera en su lugar. Algo parecido sucede con la muerte intempestiva de un amigo, con quien convives todos los días: además de la sensación de desamparo, de vacío, el corazón sigue mandando impulsos como si la persona aún estuviera junto a uno y fuera a aparecer en cualquier momento como si nada hubiera pasado.

A final de cuentas, terminamos por aceptar que ese ser querido ya no está más aquí, pero lo seguimos sintiendo cerca, como sigo sintiendo cerca a mi amigo Ari Cazés.