viernes, septiembre 12, 2008

Resaca/Hank Over

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Nuestros hermanos españoles ya se nos habían adelantado y en abril apareció en librerías Resaca/Hank Over, una colección de textos de 37 autores, hijos de Satanás, en homenaje a Charles Bukowski.

Ellos tuvieron a bien difundir la información sobre la presentación de la Antología de Borrachos mexicana en su blog Hank Over (resaca), y ya hemos establecido contacto para armarla en grande y publicar textos de ellos en una próxima antología binacional en homenaje al Gran Bestia. A cruzar los dedos.

Por lo pronto, aquí les convidamos uno de los prólogos del libro, escrito por Patxi Irurzun.

¡Salud!
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Agua bendita y esperma

Por Patxi Irurzun

“Azotavírgenes, litronero”, solía escribirme algún supernumerario cabrón, hará unos 20 años, allá en mi mesa de la Universidad de Navarra. Era su respuesta a la lista de escritores favoritos que yo también apuntaba sobre esa misma mesa para distraerme durante las aburridas clases de literatura. “Bukowski”, ponía, por ejemplo, yo por la mañana, y por la tarde llegaba él, escupía lapos de agua bendita, lo borraba y anotaba sus palimpsestos: “Sindios, macarra, invertido”…

Pero lo mejor de todo era que —digo yo— para sentirse tan ofendido, aquel meapilas del opus debía de de conocer los libros del viejo indecente. La máquina de follar. Hijo de satanás. Mujeres… Igual el pobre hasta se mataba a pajas leyéndolos a escondidas y eso le mortificaba más que un buen cilicio (y le proporcionaba un secreto e intenso placer, por partes iguales).

El caso es que yo me sentía especial por haber descubierto hacía dos o tres años a aquel escritor irreverente, maldito, follador y bebedor insaciable… No importaba que lo hubiera hecho en una edición de La senda del perdedor del Círculo de Lectores (que era cualquier cosa menos minoritario o exclusivo), ni que después, cuando buscara en la biblioteca otros títulos de Bukowski sus fichas aparecieran en el cajón sobadas, amarillentas, pegajosas, casi como —hablando de pajilleros—las páginas de esas revistas guarras que circulaban de mano en mano en los colegios de curas.

Todo el mundo, en realidad, manoseaba los libros de Bukowski, aunque fuera clandestinamente. Y nadie se quedaba indiferente. En mi caso, lector voraz y escritor incipiente, fue una auténtica revelación. Como pasar de escuchar Parchís a los Sex Pistols.

—¿Pero se puede escribir así?— me preguntaba—. Se puede hablar del sexo, del alcohol o de cómo se nos mueven las tripas con esa naturalidad? ¿Se puede sacar con la literatura toda esa mierda que llevamos dentro, o hablar de como nos estriñe hasta volvernos locos? ¿Se puede, además, hacerlo de ese modo, tan divertido, tan directo, como un gancho a todo lo establecido?

Se podía. Gracias a Bukowski, le desencajé la mandíbula a todas mis lecturas. Él me llevó, haciendo eses, a otros autores, y estos a otros: Fante, Carver, Hubert J. Selby, ¡Raúl Nuñez! (que, sorpresas te da la vida, se levanta increíblemente en esta antología de su tumba, sobre la que hemos derramado tanto whisky –la resurrección, por cierto, se la debemos a David González–).

Mientras tanto, yo continuaba escribiendo, deformado por todas esas influencias, y comenzaba a publicar cuentos en fanzines, revistas literarias o pequeñas editoriales. Iba conociendo también a otros autores (como Vicente Muñoz, el otro antólogo de este Hank over, a quien solía mandarle relatos con las esperanza de que me hiciera un hueco en su Vinalia Trippers, publicación de referencia en la literatura subterránea) y era evidente que ellos también habían leído a Hank.

Sin embargo, a mí me parecía que aquella admiración por Bukowski se mostraba bastante contenida, por varios motivos: el primero de todos, puro egoísmo, la necesidad de proteger ese que suponíamos nuestro pequeño y secreto tesoro de una democratización que lo fagocitara (algo así como escuchar a los Sex Pistols en Los 40 principales).

Otra de las razones eran los críticos literarios, que durante mucho tiempo estuvieron mirando para otro lado, como si Bukowski no existiera, o como si todos fuésemos gilipollas y no nos diésemos cuenta de que en los créditos de muchas de las novelas y libros de cuentos del viejo indecente que publicaba Anagrama —con aquel diseño pulp—, se podía leer: “15ª edición” (claro que hubiera sido mejor que los críticos no abrieran nunca esas bocazas suyas que no mordían la mano que les daba de comer, pero que cuando se dignaron a hablar de Hank fue para hundirle los colmillos justo en mitad de la polla; aquella polla tiesa y descomunal, desde la cual eyaculaba nutritivos chorros de esperma sobre toda una generación de lectores y de escritores a los que empezaban a salirnos pelos en los huevos. Para esos críticos, los libros del Bukowski era una suerte de literatura juvenil y superficial para leer con una sola mano y cualquiera que publicara un libro en el que un personaje se tomaba un botellín de cerveza a morro, un epígono ridículo, una mala copia del viejo indecente, que ya de por sí consideraban que no le llegaba al tobillo a cualquiera de los autores cansalmas y pedantes que ellos reseñaban a dos páginas en los suplementos literarios).

Con semejante panorama, reconocerse bukowskiano no era una buena carta de presentación, sobre todo para los escritores que aspiraban a hacerse oír con voces propias (voces que cualquiera que lea esta antología podrá observar que, digan lo que digan los críticos, la influencia, o mejor dicho, las lecturas seminales de Bukowski no han ahogado, y así en la siguientes páginas hay más de un texto que se mueve en claves distintas al realismo sucio).

Hay otro obstáculo más difícil de sortear—al menos para mí— cuando uno reconoce a Bukowski como uno de sus autores favoritos, y es su machismo, aunque dicho sea de paso, si las mujeres son a menudo en sus libros simples huecos en los que Chinaski, el famoso alter ego de Bukowski, encaja su pilila, los hombres —empezando por el propio Chinaski— no salen mejor parados, y son retratados como una especie de cloaca con tres patas en la que desaguan litros de cerveza y de masa encefálica hecha puré con la batidora de la estupidez humana. En Hank over, de todos modos, Vicente y yo hemos puesto especial empeño, sin caer en cuotas ni en lo políticamente correcto (la mejor muestra es la portada del siempre genial Miguel Angel Martín) para que este libro no fuera uno de esos bares “solopi”, en los que, normalmente a altas hora de la madrugada y en avanzado estado de embriaguez, se encuentran “solo pitos”, y para que en la nómina aparecieran varias escritoras a las que el viejo indecente ha conseguido bajarles las bragas en alguna ocasión.

Una última razón para disimular la bukowskimanía es que cualquiera de sus lectores sabe que a Hank no le hubiera gustado nada que lo subieran a un altar. Ni siquiera aunque este fuera la barra de un bar. Y sin embargo, ¡que se joda Bukowski! Y también ¡a tomar por culo todos los argumentos anteriores! Ha llegado la hora de reconocer, sin complejos, la admiración que sentimos por él. Porque en el fondo somos buenos chicos (y chicas) y no nos vamos de las pensiones de mala muerte sin pagar ni nos liamos a hostias con nuestro padre, como vulgares chinaskis. Teníamos una deuda con Buk y Hank Over es una forma de empezar a pagarla. La antología de todos modos está muy lejos de ser un tributo reverencial (y de hecho recoge también algún que otro texto que parodia el estilo del norteamericano) y tampoco surgió de un modo premeditado.

La idea germinó en el fanzine Borraska, que comencé a editar en internet al finalizar mi avatar como azotavírgenes en la facultad de filología y convertirme en un Factotum, con diversos trabajos, a cada cual más cabrón (operario de fábrica, barrendero, peón de obra o periodista), lo cual me venía muy bien para adornar las solapas de mis libros, que de todos modos nadie compraba. Con Borraska me iba algo mejor, en ella recalaron muchos de los autores que había conocido en los márgenes, y con su colaboración saqué adelante varios números monográficos sobre obsesiones personales como la muerte, la locura, la masturbación, el trabajo (es decir, la muerte dos)… El contador de la página marcaba miles de visitas, y recibía con frecuencia emails de todo tipo y procedencia. En uno de ellos el escritor Javier Marroquín me sugería la idea de dar una voltereta hacia atrás, sin red, y publicar en papel libros con relatos como los que a menudo leía en Borraska. Para dar un poco de bombo al proyecto se nos ocurrió la idea de montar, usando Borraska como plataforma, un concurso de cuentos macarras, “¿qué tal si lo planteamos como un homenaje a Bukowski?”. Dicho y hecho, redacté unas bases majaretas (que hemos incluido en un “making of” en este libro, junto con la invitación que cursamos a los participantes o una carta que mandamos a Linda Bukowski, por si sonaba la flauta y nos cedía una carta, un poema o cuento inédito de su marido) y Javier se comprometió a poner los 300 euros y la caja de cervezas para el premio.

“Hijos de satanás”, así se llamó el certamen, recibió unos 200 cuentos, la mayoría de ellos desde países latinoamericanos (y también alguno desde presidios españoles) y un par de notas ilustres de ánimo, como las remitidas por el mísimisimo Pedro Juan Gutiérrez o Antonio Skarmeta. Pero, salvo alguna honrosa excepción, como la del ganador del concurso, Josu Arteaga, cuyo relato incluimos en Hank Over, los cuentos no parecían capaces de trazar la pirueta sin red que suponía saltar al papel impreso sin caerse de la manos de los lectores y estamparse contra el suelo en posiciones de lo más ridículas.

El veneno ya estaba inoculado, de todos modos, así que retomando la idea de los cuentos bukowskianos comente la jugada con Vicente Muñoz, que ya había saltado a la arena del circo literario con otras dos antologías en las que se reunía lo peor de cada casa (“Golpes. Ficciones de la crueldad social” y “Tripulantes, Nuevas aventuras de Vinalia Trippers”), y fue de ese modo como nos decidimos a invitar a Hank Over a autores que ya habíamos visto muchas veces subir al trapecio y mantenerse en él con una botella de vino en una mano o haciendo cortes de mangas en el vacío.

Todo lo demás vino rodado. La antología, como suele suceder, se armó como le dio la puta gana a ella, lo que en principio iba a ser una colección de relatos se convirtió en un híbrido con cuentos y poemas, escritores con los que contábamos a tiro fijo se desmarcaron, llegaron otros en los que no habríamos pensado ni por el forro, seguro que faltan muchos que merecerían estar aquí, etc. Y una cosa más, el título nos los regaló Goio González, compadre de otro de los antologados, Kutxi Romero, y chinaski de pro al que le debemos unos cuantos tragos por su genial acierto al desvelarnos que en inglés Hank Over quiere decir Resaca.

Por lo demás, no hay mayor misterio, en el fondo, la antología, más que un homenaje a Bukowski es una buena excusa para que tanto como quienes participamos en ella, como quienes la lean –o al menos eso nos gustaría- pasen un buen rato, que es a fin de cuentas la mejor herencia de Hank, lo que sabemos que vamos a obtener cuando abrimos uno de sus libros.

Salud, pues, y feliz resaca a todos los hijos de satanás. Los demás pueden seguir bebiendo a escondidas.

1 Comments:

Blogger Hijos de Satanás said...

gracias por el detalle, hermanos... hay que preparar la gran resaca conjunta a la salud de viejo !!! estamos en contacto y en colaboración,of course... salud & que hank nos guarde de los bichos malos: up`!!! vicentevinalia.

3:07 p.m.  

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