martes, abril 01, 2008

Tratado de Impaciencia # 87

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1. Por fin: a las 4:37 de la madrugada me acuesto a dormir. He terminado de preparar la primera clase del curso que inicia en 5 horas y 24 minutos. Y lo bueno es que vivo muy cerca de la escuela. Hasta caminando me puedo ir. Sin embargo, me quedo profundamente dormido. No escuché la alarma del despertador y me levanto corriendo a las 9:27. Orinomebañomevistopreparoeldesayunocomoledoyunaojeadaalosperiódicosmelavolosdientesdefecosalgocorriendo.

Son las 10:07. Llegaré en 10 minutos, a paso veloz. Hablo a la escuela para avisar que voy en camino, que no desesperen, ya que otras veces me han hablado para preguntar si voy a ir. Me responde una voz femenina. "!Ay, maestro, qué pena! ¿No le avisaron, verdad?" -¿Avisarme qué chingados?, pienso, presintiendo lo peor-. "El curso se pospuso hasta dentro de dos semanas porque no se juntó el número suficiente de alumnos."

2. Llego a la oficina. Es una mañana tranquila de lunes. Todo está en orden, hasta que llega el jefe como bólido, quince minutos antes de la salida a comer. "El maestro pidió un trabajo así, tal y tal -me dice-. Apenas una cuartillita, pero urge. Tú te la echas rápido. Cuando la termines se la das directamente. Yo tengo que ir a mi clase de ruso".

Y el jefe se va feliz, satisfecho de haber ejercido cabalmente su función y justificado su sueldazo en menos de treinta segundos.

Perfecto. Me la puedo echar rápido, posponer una hora o menos la comida. Sin embargo, "la cuartillita" cuesta más tiempo que eso. A las seis de la tarde, sin comer, entrego la nota, pero satisfecho por el trabajo cumplido.

-Oye, ¿qué no te dijo tu jefe lo que quería?" -me dice el jefe-jefe.

Sorprendido, le digo que eso fue, exactamente, lo que me pidió.

-Imposible -me dice el jefe-jefe y me enseña un memo donde aparece una orden parecida pero evidentemente diferente a la que me pidió mi jefe.

Salgo a las 8:05, después de haber rehecho el trabajo, tarde para una cita a las 8:30 con una mujer hermosa, a la que no he visto desde hace tiempo, pero de quien siempre he tenido presente en mi memoria su cautivadora sonrisa, su aguda inteligencia y sus alucinantes pechos.

3. Tengo que engargolar algo que le quiero dar a la mujer hermosa. Paso a la papelería, una de esas grandes franquicias de empresa norteamericana. Tiene dos entradas, una en cada avenida. Entro y me detiene el vigilante.

-No puede pasar con su mochila. Tiene que dejarla aquí.

-Pero voy a engargolar esto y voy a salir del otro lado.

-No importa. Son las reglas. Tiene que dejarla aquí. Si no quiere regresar por ella, entonces atraviese la tienda por debajo del estacionamiento para entrar por la otra entrada.

Algo imposible, pienso, eso de "pasar por debajo del estacionamiento".

-Pero siempre que he venido el otro vigilante sólo avisa por su güokitoki y ya, paso sin problemas.

-Pues sí, precisamente por eso lo corrieron, por no cumplir las reglas.

-Entonces no voy a engargolar mis cosas aquí -digo. Al vigilante no le importa, él cumplió con las reglas y seguramente eso le valdrá un aumento de sueldo.

4. Camino por la avenida. No se vislumbra otra papelería o negocio semejante. De repente, en una especie de callejoncito, aparece un anuncio con una flecha: "Papelería y librería". Entro. Digo buenas noches. Un tipo regordete me mira y sigue atendiendo a la chica que pide un libro de álgebra. Tres minutos después, el tipo se da cuenta de que sigo allí y sólo me mira sin decir nada.

-Quiero engargolar esto.

-No tenemos ese servicio.

-¿Cómo? Ahí afuera dice "enmicados y engargolados".

-Sí, pero ahora son nuevos dueños y ya no se hace eso.

Respiro profundamente. Ni modo. 8:17. La mujer hermosa está a punto de llegar. Puedo llevarle un libro, pienso. Pregunto al tipo por uno. Pica unas teclas de la computadora con sus dedos torpes. Le tengo que deletrear tres veces el título y el nombre del autor. Suena el teléfono. Contesta. Grita:

-¡¡¡Luuuuppiiiiiiiitaaaaaa!!! ¡¡¡Teeeeléééééfoooonooooo!!!

Se escucha una lejana voz femenina. Perspicaz que soy, supongo de inmediato que es la dichosa Lupita:

-Dile que qué libro quiere.

Otro grito:

- ¡¡¡Dice que es personal!!!

-Dile que orita voy.

-¡¡¡Ta bueno!!!. ¿Cómo me dijo que se llamaba el libro que me dijo, joven?

En ese momento, de la nada, aparece otro cliente, quien pregunta a bocajarro: ¿Oiga, tiene “La ciudad de dios"? El tipo que atiende de inmediato responde: "Sí, es de Sepan cuántos, ¿verdad? Orita se lo busco", y desaparece en la puerta del fondo.

Cuando estoy a punto de irme, regresa, teclea otra vez en la computadora y me dice:

-¿Qué cree, joven? Que no lo tengo orita, pero se lo puedo pedir

-No, gracias. Lo necesito hoy. –no quiero llegar con las manos vacías al encuentro con la hermosa mujer. Señalo con el dedo un libro en una de las repisas-: Deme ése de ahí.

-¿Cuál, cuál? –dice el tipo mirando muy hacia arriba de donde apunta mi dedo.

El libro está frente sus narices. Finalmente lo ve y me dice el precio. Saco el dinero y trato de dárselo, pero me dice que tengo que pagar en la caja.

No hay nadie en el cubo de la caja. Doy unos golpecitos con las monedas en el mostrador. Nada. Doy más golpes, más fuertes. Nada. Doy mas golpes. Por fin aparece una chamaca prieta y malencarada, con el cabello teñido de rubio. Supongo que es la dichosa Lupita. Pago y me largo.

4. Abordo el primer taxi que encuentro. Un vochito “ecológico” que no arroja humo al ambiente, porque todo se concentra en la cabina. Le indico la dirección al chofer.

Todo bien, hasta que nos topamos con el tráfico. El chofer me dice que puede tomar un atajo. Es por una calle empedrada, pero me parece razonable. Avanzamos lastimosamente por el empedrado. Algún tipo de tortura que se les escapó a los chinos esto de ir por el empedrado en un viejo vocho ”ecológico”. Los riñones empiezan a pulverizarse. Por fin, salimos a una avenida principal. Un tapón inmenso.

El chofer me dice:

- ¿Sabe qué, joven? Que no me alcanza la gasolina para llevarlo hasta donde va. Mejor lo dejo en el siguiente semáforo y toma otra cosa.

En lugar de gritar, golpearlo o bajarme sin más, sólo sonrío. Soy una persona civilizada. No me voy a poner como el resto de los animales que subsisten en esta ciudad. El taxímetro marca 40 pesos. Balbuceo un “está bien” y le extiendo un billete de 100 pesos.

-¡Uy, joven, qué billetote! ¿No tiene cambio?

Al no recibir respuesta, el chofer sólo atisba una mirada fulminante por el retrovisor. Sigue avanzando lentamente por el tráfico. Pregunta a cinco automóviles si tienen cambio. Nadie. Aunque pasamos frente a un par de negocios, no se baja a cambiar el billete. Hasta que, por fin, otro taxista le dice que sí. Entonces, despreocupadamente, el chofer me dice:

-¿Lo molesto, joven? –y me extiende el billete.

Sorprendido, casi escandalizado ante lo inaudito, me bajo del taxi, me acerco al otro vehículo, cambio el billete, regreso al taxi y le digo:

-¿Cuánto va a ser entonces?

-Cincuenta pesitos, nomás, joven.

5. Llego corriendo al lugar donde quedé de ver a la hermosa mujer. No hay nadie. Pregunto. Nadie ha visto a la beldad. Menos mal. De seguro también la atrapó el tráfico. Pido un café. Espero. Miro el reloj. 8:47. Al veo entrar y detrás de ella un hombre. Se acercan ambos a la mesa.

-¡Ay, qué crees? Que había un montón de tráfico y de plano se me hizo tan tarde que mejor le pedí a mi esposo que me trajera.Él va a pasar por mí al rato –y el hombre me extiende la mano, cordial y sonriente.

La bella mujer nunca hizo mención al pequeño detalle de su estado civil.

-Mucho gusto –me dice el hombre-. He escuchado tanto de ti que siento que ya hasta somos amigos.

Le di la mano, que estaba fría y húmeda como un pescado.

3 Comments:

Blogger pispiration said...

Muy bueno, muy bueno

10:36 a.m.  
Blogger Lucía Malvido said...

Pensé que hablabas de mí pero no coincidía la fecha. AAAAAjajajaja. Hay Memo, con quien te viniste a juntar. Ayer ya no hablamos, ya no llegaste a la Doña, me imagino que el de las clases de ruso habrá tenido algo que ver. Ya sabes, yo andaba de luto, necesitaba un abrazo. Recibí muchos pero no uno tuyo. Ya después de varios, más o menos se sintió como uno solo tuyo VegaZaragoza. Ahorita me vendría bien otro más. Hay que vernos. Cada de hojas, unos poemas que me regaló un loco que conozco y los cuentos completos del ruso desaparecido me han mantenido en pie. Gracias Memo. Estás siempre aunque no estés. Te quiero. Nos hablamos. Besos.
Luci

2:52 a.m.  
Blogger nacho said...

Mi estimado Memo, nada que lamentar, no hay que discriminar a una mujer en su jugo por el simple detalle del estado civil, ¡qué pues!
Buen texto, me quedé conectado desde el principio...
un abrazo
nacho mondaca

5:51 p.m.  

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