por Guillermo Vega Zaragoza
Estamos aquí reunidos para celebrar la
aparición de dos libros escritos por tres mujeres que no han podido resistir su
imperiosa necesidad de expresión y trascendencia, y han decidido ofrecernos una
sustanciosa muestra de su trabajo escritural. Se trata de Posibilidades en espiral, que a su vez conjunta los libros Posibilidades de Martha Patricia Olmos y
Huellas en espiral de Julieta Fuentes
Córdoba, y de Cruce de vuelos, cuentos y
otros destinos de Mariana Durán Rocha, todas ellas alumnas del taller de
creación literaria de la maestra y queridísima amiga María Elena Sarmiento.
Muchas felicidades a todas ellas por este
logro tan significativo. La lectura de sus obras me han estimulado a una serie
de reflexiones sobre el fenómeno de la escritura en la actualidad que, si me
permiten, me gustaría compartir con todos ustedes.
A quienes nos dedicamos a las artes día
con día nos asalta una inquietud: ¿qué caso tiene todo esto?, ¿para qué seguir
escribiendo, pintando, haciendo música… si a nadie parece importarle? Bueno,
por principio de cuentas, me importa a mí, al artista, porque uno ha decidido
dedicarle buena parte de su tiempo de vida a la creación de algo bello, de algo
que antes no existía, de algo que, esperamos, habrá de trascendernos unos pocos
años más de los que logremos vivir, más allá de la progenie, que por cierto
también habrá de desaparecer y que después de varias generaciones ni siquiera
se acordará de nosotros.
Se crea, se escribe, primero, por la
necesidad de expresión, de decir “aquí estoy, existo, y creo que lo tengo que
decir podría interesarle a alguien además de mis parientes y amigos”. También
se escribe por el afán de trascendencia, pero sobre todo porque no nos queda de
otra, ya que, como decía Rubem Fonseca, el escritor es como el alcohólico o el
drogadicto, que organiza su vida alrededor de su vicio, buscando espacios y
pretextos para aislarse de los demás, de las obligaciones cotidianas, para leer
y escribir.
Pero además de esa imperiosa necesidad
interna, uno escribe también para los demás, para “el lector”, ese objeto de
deseo inconfesable de todo escritor. Afortunadamente, en la actualidad, tenemos
mayores facilidades para llegar a los lectores: desde la autoedición hasta la
publicación electrónica, sin tener que depender de los tejes y manejes de la
cada vez más contrariada industria editorial. Nunca antes como ahora se había
escrito, publicado y leído tanto en toda la historia de la humanidad.
Quizá por todo ello, por la necesidad y
por la facilidad, muchas más personas que antes se lanzan a mostrar al mundo el
resultado de sus aventuras en el mundo de las letras.
Generalmente, cuando uno comienza a escribir
algo que aspira a que sea “literario” —es decir, más allá de lo meramente
utilitario, de las tareas escolares, los memos de oficina, las cartas amorosas
o los recados para la sirvienta—, siempre se es un poco ingenuo: uno cree que
las trae todas consigo, que basta la voluntad de escribir para que aparezca en
el papel o la pantalla de la computadora algo nuevo, valioso, trascendente: el
cuento, el poema, la novela, que el mundo, el universo entero esperaba a que
llegáramos a escribirlo en un dos por tres, por la pura magia de nuestro
inconmensurable talento.
Pero nada, que el tiempo y
nuestros semejantes se encargan de poner nuestras desbordadas y poco realistas
aspiraciones en su lugar, de colocarlas en su exacta dimensión. Entonces
tomamos conciencia de que aún nos falta mucho.
Una confesión: soy un ferviente creyente
de que las casualidades no son tales sino que el azar, como decía Jorge Luis
Borges, es un orden que no alcanzamos aún a desentrañar. Y por eso, la
casualidad quiso que mientras leía la obra de estas tres mujeres me encontrara
con el libro del turco Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, titulado El novelista ingenuo y el sentimental,
que me ha dado algunas claves para delimitar mi lectura de las autoras que nos
ocupan esta tarde.
Pamuk dice que algunos novelistas —y yo
me atrevería a extenderlo a escritores y artistas de todas las disciplinas— son
como “alguien que conduce un coche y no es conciente de que aprieta botones,
pisa pedales, gira el volante con cuidado, obedece muchas reglas y lee e
interpreta las señales de la carretera; todo ello sin perder de vista a los
otros vehículos mientras conduce”. Pamuk utiliza este símil para afirmar que
algunos escritores “no son concientes de las técnicas que utilizan; escriben de
forma espontánea, ajenos a las operaciones y cálculos que están realizando
mentalmente y al hecho de que están utilizando las marchas, los frenos y los
botones que el arte de la escritura les proporciona”. A este tipo de
sensibilidad Pamuk la denomina “ingenuidad”. En otras palabras, el escritor
“ingenuo” no se preocupa demasiado por los aspectos artificiales de la
escritura.
Los escritores “ingenuos” forman un todo
con la naturaleza; de hecho, son como la naturaleza: calmados, crueles y
sabios. Escriben de forma espontánea, casi sin pensar, sin molestarse en tener
en cuenta las consecuencias intelectuales o ética de sus palabras y sin reparar
en lo que puedan decir los demás. Entre los genios “ingenuos”, habría que
mencionar, según Pamuk, a Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, al pintor
Durero y hasta al novelista inglés Laurence Sterne.
Para los escritores ingenuos la poesía
surge de modo espontáneo del universo natural del que forman parte, creen
fervientemente que un poema no es algo meditado y elaborado de forma deliberada
por el poeta, compuesto con una métrica concreta y moldeado tras un proceso de
revisión y autocrítica constante, sino algo que debería ser escrito de modo
irreflexivo y que incluso podría ser dictado por la naturaleza, Dios, la Musa,
el inconsciente o algún otro poder intangible.
Sin embargo, hay otro tipo de escritores
cuya sensibilidad es opuesta a la “ingenuidad”: se trata del escritor
“reflexivo”, aquel que se siente fascinado por la artificiosidad del texto y su
fracaso para alcanzar la realidad, y que presta una gran atención a los métodos
utilizados en la escritura”. El poeta moderno, atormentado y reflexivo, ha
perdido su ingenuidad y su carácter infantil. Esta clase de poeta posee un
estado de ánimo que se ha apartado de la simplicidad y el poder de la
naturaleza y ha quedado atrapado en sus propias emociones y pensamientos. El
poeta reflexivo o “sentimental” es un ser inquieto, no está seguro de que las
palabras vayan a transmitir el significado que pretende darles. De modo que es
sumamente consciente de lo que escribe, de los métodos y técnicas que utiliza y
de lo artificioso de su esfuerzo. “El poeta ingenuo no diferencia mucho entre su
percepción del mundo y el mundo en sí. Pero el poeta moderno y
sentimental-reflexivo cuestiona todo aquello que percibe, incluso sus propios
sentidos. Y le preocupan los principios educativos, éticos e intelectuales
cuando plasma sus ideas en versos”, culmina Pamuk.
Y he aquí lo mero principal del
planteamiento de Pamuk: ser escritor es “el arte de ser ingenuo y reflexivo al
mismo tiempo”.
Desde luego, esta caracterización de los
escritores es artificial, porque de hecho no existen escritores cien por ciento
ingenuos ni cien por ciento reflexivos, aunque es cierto que cada escritor
manifiesta una tendencia hacia un lado o hacia otro en cada una de sus
creaciones, conforme va avanzando en la realización de su obra.
La feliz coincidencia de la lectura de
Pamuk me llevó a cuestionar: ¿qué tendencia prevalece en la obra de nuestras
escritoras? En principio, habría que destacar sus coincidencias para luego
desmenuzar lo que las diferencia y caracteriza a cada una de ellas.
De esta forma, encontramos que se trata
de volúmenes misceláneos, es decir, que en ellos se pueden encontrar diferentes
tipos de texto, desde cuentos, poemas de diversos tipos, viñetas, estampas,
relatos, hasta haikús. Se trata de ese tipo de libros que Juan José Arreola
vino a definir como de “varia invención”, igual que esos libros inclasificables
y juguetones de Julio Cortázar, como Último
round y La vuelta al día en ochenta
mundos, donde parece que cabe todo. Por otro lado, es comprensible que las
autoras hayan decidido darle esta forma a sus libros: se trata en gran parte de
textos trabajados en el taller de María Elena Sarmiento, por lo que es posible
rastrear buena parte de la evolución escritural de nuestras autoras mientras
avanzamos en la lectura de cada volumen.
Pero hasta ahí las coincidencias. Cada
escritora es diferente en su voz y sus registros, en sus obsesiones y
preocupaciones, en sus alcances y limitaciones, en sus logros y posibilidades.
Y precisamente Posibilidades se llama la obra de Martha Patricia Olmos, quien
revela en ella una voz exigente, que reclama su lugar en el mundo, que busca
afirmarse ante sí misma y ante el mundo, pero, sobre todo, marcadamente, ante
el Otro, ante la pareja, ante el amante al que se dirige directamente. Ella
misma oficiante de la pintura y el dibujo, en sus letras busca integrar esa
experiencia plástica con una sensibilidad erótico-amorosa con lenguaje abierto,
anhelante, urgente. Así, la primera parte se integra por textos poéticos de
diversa factura, desde el verso libre, el soneto, la prosa poética y el haiku,
mientras la segunda la forman relatos que siguen la tendencia del tema amoroso
y la relación de pareja, sazonados con algunos chispazos fantásticos.
Posibilidades
es el hermano siamés, por así decirlo, de Huellas
en espiral de Julieta Fuentes, ella también artista plástica y autora de la
imagen que ilustra la portada del volumen. El libro de Julieta se enfoca más en
la prosa poética y el relato. Su temática se concentra fundamentalmente en la reflexión
interna, sobre su manera de estar-en-el-mundo
y la forma en que se percibe a sí misma y a ese mundo que a veces puede ser
doloroso, pero que siempre vale la pena disfrutar y agradecer por ello. Desde
luego, también está presente el tema amoroso, pero desde una perspectiva
nostálgica, a media voz, sin estridencia. Los relatos abordan anécdotas de la
vida cotidiana: niños, mujeres, ancianos que se enfrentan a situaciones
insólitas, donde surge lo sorprendente dentro de la cotidianidad, con una
mirada inocente y asombrada ante la maravillosa sencillez de la vida.
El de Mariana Durán Rocha, titulado Cruce de vuelos, cuentos y otros destinos,
es básicamente un libro de relatos, con algunos poemas incrustados casi al
final. Sin embargo, esto actúa en demérito de la solidez de la voz narrativa de
la autora, que evidentemente ha trabajado en ella y la ha pulido hasta hacerla
clara y distintiva. Se trata de una voz desenfadada, curiosa y gozosa, a pesar
de que las anécdotas que nos cuenta puedan ser trágicas o infelices para los
personajes, quienes siempre adquieren al final de cuentas una enseñanza. Sin
olvidar el tema de la pareja, la autora se entromete en las minucias de la
vida, de las relaciones familiares, de los gozos y dolores de ser niña, hija,
amante, nieto, anciano, enfermo, barbero o hasta una hipopótamo alquimista.
Luego de la lectura de los libros de
nuestras autoras podemos decir que se trata de escritoras que, como muchos de
nosotros cuando empezamos a escribir, somos “ingenuos” en el sentido que
concebimos la escritura como algo que no está separado de nuestro mundo interno
ni de la realidad externa. La escritura es algo vital, que nos define y nos da
la posibilidad de ocupar un lugar en el mundo. Quizá después vengan las
preocupaciones más allá de la escritura, sobre la importancia de trascender, de
hacer la diferencia con todo lo que nos ha precedido. Pero, para empezar, aquí
tenemos tres libros, dos mujeres, un camino: la escritura.
Enhorabuena a todas ellas.
Muchas gracias.
Texto leído durante la presentación de los libros Posibilidades en
espiral (que en realidad son dos libros: Posibilidades de
Martha Patricia Olmos y Huellas en espiral de Julieta Fuentes), y Cruce de vuelos, cuentos y otros destinos de Mariana Durán
Rocha, donde también participaron Eve Gil y María Elena Sarmiento el sábado 1 de
diciembre de 2012 en el Centro Cultural Elena Garro de Coyoacán, DF.
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