jueves, diciembre 20, 2012

TRES MUJERES, DOS LIBROS, UN CAMINO



por Guillermo Vega Zaragoza

Estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de dos libros escritos por tres mujeres que no han podido resistir su imperiosa necesidad de expresión y trascendencia, y han decidido ofrecernos una sustanciosa muestra de su trabajo escritural. Se trata de Posibilidades en espiral, que a su vez conjunta los libros Posibilidades de Martha Patricia Olmos y Huellas en espiral de Julieta Fuentes Córdoba, y de Cruce de vuelos, cuentos y otros destinos de Mariana Durán Rocha, todas ellas alumnas del taller de creación literaria de la maestra y queridísima amiga María Elena Sarmiento.
Muchas felicidades a todas ellas por este logro tan significativo. La lectura de sus obras me han estimulado a una serie de reflexiones sobre el fenómeno de la escritura en la actualidad que, si me permiten, me gustaría compartir con todos ustedes.
A quienes nos dedicamos a las artes día con día nos asalta una inquietud: ¿qué caso tiene todo esto?, ¿para qué seguir escribiendo, pintando, haciendo música… si a nadie parece importarle? Bueno, por principio de cuentas, me importa a mí, al artista, porque uno ha decidido dedicarle buena parte de su tiempo de vida a la creación de algo bello, de algo que antes no existía, de algo que, esperamos, habrá de trascendernos unos pocos años más de los que logremos vivir, más allá de la progenie, que por cierto también habrá de desaparecer y que después de varias generaciones ni siquiera se acordará de nosotros.
Se crea, se escribe, primero, por la necesidad de expresión, de decir “aquí estoy, existo, y creo que lo tengo que decir podría interesarle a alguien además de mis parientes y amigos”. También se escribe por el afán de trascendencia, pero sobre todo porque no nos queda de otra, ya que, como decía Rubem Fonseca, el escritor es como el alcohólico o el drogadicto, que organiza su vida alrededor de su vicio, buscando espacios y pretextos para aislarse de los demás, de las obligaciones cotidianas, para leer y escribir.
Pero además de esa imperiosa necesidad interna, uno escribe también para los demás, para “el lector”, ese objeto de deseo inconfesable de todo escritor. Afortunadamente, en la actualidad, tenemos mayores facilidades para llegar a los lectores: desde la autoedición hasta la publicación electrónica, sin tener que depender de los tejes y manejes de la cada vez más contrariada industria editorial. Nunca antes como ahora se había escrito, publicado y leído tanto en toda la historia de la humanidad.
Quizá por todo ello, por la necesidad y por la facilidad, muchas más personas que antes se lanzan a mostrar al mundo el resultado de sus aventuras en el mundo de las letras.
Generalmente, cuando uno comienza a escribir algo que aspira a que sea “literario” —es decir, más allá de lo meramente utilitario, de las tareas escolares, los memos de oficina, las cartas amorosas o los recados para la sirvienta—, siempre se es un poco ingenuo: uno cree que las trae todas consigo, que basta la voluntad de escribir para que aparezca en el papel o la pantalla de la computadora algo nuevo, valioso, trascendente: el cuento, el poema, la novela, que el mundo, el universo entero esperaba a que llegáramos a escribirlo en un dos por tres, por la pura magia de nuestro inconmensurable talento.
Pero nada, que el tiempo y nuestros semejantes se encargan de poner nuestras desbordadas y poco realistas aspiraciones en su lugar, de colocarlas en su exacta dimensión. Entonces tomamos conciencia de que aún nos falta mucho.
Una confesión: soy un ferviente creyente de que las casualidades no son tales sino que el azar, como decía Jorge Luis Borges, es un orden que no alcanzamos aún a desentrañar. Y por eso, la casualidad quiso que mientras leía la obra de estas tres mujeres me encontrara con el libro del turco Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, titulado El novelista ingenuo y el sentimental, que me ha dado algunas claves para delimitar mi lectura de las autoras que nos ocupan esta tarde.
Pamuk dice que algunos novelistas —y yo me atrevería a extenderlo a escritores y artistas de todas las disciplinas— son como “alguien que conduce un coche y no es conciente de que aprieta botones, pisa pedales, gira el volante con cuidado, obedece muchas reglas y lee e interpreta las señales de la carretera; todo ello sin perder de vista a los otros vehículos mientras conduce”. Pamuk utiliza este símil para afirmar que algunos escritores “no son concientes de las técnicas que utilizan; escriben de forma espontánea, ajenos a las operaciones y cálculos que están realizando mentalmente y al hecho de que están utilizando las marchas, los frenos y los botones que el arte de la escritura les proporciona”. A este tipo de sensibilidad Pamuk la denomina “ingenuidad”. En otras palabras, el escritor “ingenuo” no se preocupa demasiado por los aspectos artificiales de la escritura.
Los escritores “ingenuos” forman un todo con la naturaleza; de hecho, son como la naturaleza: calmados, crueles y sabios. Escriben de forma espontánea, casi sin pensar, sin molestarse en tener en cuenta las consecuencias intelectuales o ética de sus palabras y sin reparar en lo que puedan decir los demás. Entre los genios “ingenuos”, habría que mencionar, según Pamuk, a Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, al pintor Durero y hasta al novelista inglés Laurence Sterne.
Para los escritores ingenuos la poesía surge de modo espontáneo del universo natural del que forman parte, creen fervientemente que un poema no es algo meditado y elaborado de forma deliberada por el poeta, compuesto con una métrica concreta y moldeado tras un proceso de revisión y autocrítica constante, sino algo que debería ser escrito de modo irreflexivo y que incluso podría ser dictado por la naturaleza, Dios, la Musa, el inconsciente o algún otro poder intangible.
Sin embargo, hay otro tipo de escritores cuya sensibilidad es opuesta a la “ingenuidad”: se trata del escritor “reflexivo”, aquel que se siente fascinado por la artificiosidad del texto y su fracaso para alcanzar la realidad, y que presta una gran atención a los métodos utilizados en la escritura”. El poeta moderno, atormentado y reflexivo, ha perdido su ingenuidad y su carácter infantil. Esta clase de poeta posee un estado de ánimo que se ha apartado de la simplicidad y el poder de la naturaleza y ha quedado atrapado en sus propias emociones y pensamientos. El poeta reflexivo o “sentimental” es un ser inquieto, no está seguro de que las palabras vayan a transmitir el significado que pretende darles. De modo que es sumamente consciente de lo que escribe, de los métodos y técnicas que utiliza y de lo artificioso de su esfuerzo. “El poeta ingenuo no diferencia mucho entre su percepción del mundo y el mundo en sí. Pero el poeta moderno y sentimental-reflexivo cuestiona todo aquello que percibe, incluso sus propios sentidos. Y le preocupan los principios educativos, éticos e intelectuales cuando plasma sus ideas en versos”, culmina Pamuk.
Y he aquí lo mero principal del planteamiento de Pamuk: ser escritor es “el arte de ser ingenuo y reflexivo al mismo tiempo”.
Desde luego, esta caracterización de los escritores es artificial, porque de hecho no existen escritores cien por ciento ingenuos ni cien por ciento reflexivos, aunque es cierto que cada escritor manifiesta una tendencia hacia un lado o hacia otro en cada una de sus creaciones, conforme va avanzando en la realización de su obra.
La feliz coincidencia de la lectura de Pamuk me llevó a cuestionar: ¿qué tendencia prevalece en la obra de nuestras escritoras? En principio, habría que destacar sus coincidencias para luego desmenuzar lo que las diferencia y caracteriza a cada una de ellas.
De esta forma, encontramos que se trata de volúmenes misceláneos, es decir, que en ellos se pueden encontrar diferentes tipos de texto, desde cuentos, poemas de diversos tipos, viñetas, estampas, relatos, hasta haikús. Se trata de ese tipo de libros que Juan José Arreola vino a definir como de “varia invención”, igual que esos libros inclasificables y juguetones de Julio Cortázar, como Último round y La vuelta al día en ochenta mundos, donde parece que cabe todo. Por otro lado, es comprensible que las autoras hayan decidido darle esta forma a sus libros: se trata en gran parte de textos trabajados en el taller de María Elena Sarmiento, por lo que es posible rastrear buena parte de la evolución escritural de nuestras autoras mientras avanzamos en la lectura de cada volumen.
Pero hasta ahí las coincidencias. Cada escritora es diferente en su voz y sus registros, en sus obsesiones y preocupaciones, en sus alcances y limitaciones, en sus logros y posibilidades.
Y precisamente Posibilidades se llama la obra de Martha Patricia Olmos, quien revela en ella una voz exigente, que reclama su lugar en el mundo, que busca afirmarse ante sí misma y ante el mundo, pero, sobre todo, marcadamente, ante el Otro, ante la pareja, ante el amante al que se dirige directamente. Ella misma oficiante de la pintura y el dibujo, en sus letras busca integrar esa experiencia plástica con una sensibilidad erótico-amorosa con lenguaje abierto, anhelante, urgente. Así, la primera parte se integra por textos poéticos de diversa factura, desde el verso libre, el soneto, la prosa poética y el haiku, mientras la segunda la forman relatos que siguen la tendencia del tema amoroso y la relación de pareja, sazonados con algunos chispazos fantásticos.
Posibilidades es el hermano siamés, por así decirlo, de Huellas en espiral de Julieta Fuentes, ella también artista plástica y autora de la imagen que ilustra la portada del volumen. El libro de Julieta se enfoca más en la prosa poética y el relato. Su temática se concentra fundamentalmente en la reflexión interna, sobre su manera de estar-en-el-mundo y la forma en que se percibe a sí misma y a ese mundo que a veces puede ser doloroso, pero que siempre vale la pena disfrutar y agradecer por ello. Desde luego, también está presente el tema amoroso, pero desde una perspectiva nostálgica, a media voz, sin estridencia. Los relatos abordan anécdotas de la vida cotidiana: niños, mujeres, ancianos que se enfrentan a situaciones insólitas, donde surge lo sorprendente dentro de la cotidianidad, con una mirada inocente y asombrada ante la maravillosa sencillez de la vida.
El de Mariana Durán Rocha, titulado Cruce de vuelos, cuentos y otros destinos, es básicamente un libro de relatos, con algunos poemas incrustados casi al final. Sin embargo, esto actúa en demérito de la solidez de la voz narrativa de la autora, que evidentemente ha trabajado en ella y la ha pulido hasta hacerla clara y distintiva. Se trata de una voz desenfadada, curiosa y gozosa, a pesar de que las anécdotas que nos cuenta puedan ser trágicas o infelices para los personajes, quienes siempre adquieren al final de cuentas una enseñanza. Sin olvidar el tema de la pareja, la autora se entromete en las minucias de la vida, de las relaciones familiares, de los gozos y dolores de ser niña, hija, amante, nieto, anciano, enfermo, barbero o hasta una hipopótamo alquimista.
Luego de la lectura de los libros de nuestras autoras podemos decir que se trata de escritoras que, como muchos de nosotros cuando empezamos a escribir, somos “ingenuos” en el sentido que concebimos la escritura como algo que no está separado de nuestro mundo interno ni de la realidad externa. La escritura es algo vital, que nos define y nos da la posibilidad de ocupar un lugar en el mundo. Quizá después vengan las preocupaciones más allá de la escritura, sobre la importancia de trascender, de hacer la diferencia con todo lo que nos ha precedido. Pero, para empezar, aquí tenemos tres libros, dos mujeres, un camino: la escritura.
Enhorabuena a todas ellas.
Muchas gracias.

Texto leído durante la presentación de los libros Posibilidades en espiral (que en realidad son dos libros: Posibilidades de Martha Patricia Olmos y Huellas en espiral de Julieta Fuentes), y Cruce de vuelos, cuentos y otros destinos de Mariana Durán Rocha, donde también participaron Eve Gil y María Elena Sarmiento el sábado 1 de diciembre de 2012 en el Centro Cultural Elena Garro de Coyoacán, DF.