martes, marzo 10, 2009

Los abuelos, de Luis Popper

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Por Guillermo Vega Zaragoza


En un interesante y provocador ensayo publicado en The Guardian en enero de 2007, la escritora inglesa Zadie Smith afirma que “una gran novela es la intimación de un acontecimiento metafísico que nunca puede llegar a conocerse, no importa cuánto se viva, no importa cuánto se ame: la experiencia del mundo a través de una conciencia que no es la propia”. En las grandes novelas, los escritores le dan unidad y articulan de manera individual estas experiencias, de tal manera que nos obligan a poner atención y “nos despiertan del sonambulismo de nuestras vidas”, dice la autora de Dientes blancos.

Todos los escritores perseguimos el sueño de “la novela perfecta”, ésa que cuente “la verdad de la experiencia”. Sin embargo, Zadie Smith señala que dicha revelación es imposible, pues "siempre será una visión parcial, aunque incluso una visión parcial es difícil de conseguir".

Por principio de cuentas, es imposible representar toda la verdad de todas nuestras experiencias, porque el lenguaje resulta limitado e insuficiente para describirlas; siempre quedará algo sin decir, aunque cuando nos ponemos a escribir podemos acercarnos a esa experiencia y tener una idea de la revelación total de la verdad. Para transmitir esa idea, el escritor debe transmitir del modo más verdadero el mundo tal y como es experimentado por él en concreto. El único deber del escritor ―si es que tiene alguno―, nos dice Zadie Smith, es el de “expresar de modo exacto su modo de estar en el mundo”. Nada más, pero tampoco nada menos.

Sin embargo, a sabiendas de esta imposibilidad, seguimos escribiendo y casi a diario se publican nuevas novelas, algunas mejores que otras, de escritores consagrados o primerizos que persiguen esa quimera y que tratan de cumplir lo mejor que pueden con ese único deber. Los escritores que se acercan a ese objetivo inalcanzable lo logran gracias a que han sabido registrar adecuadamente en una obra “la verdad de la propia concepción de sí mismos”.

En Los abuelos, a través de una tríada de personajes entrañables, Luis Popper busca transmitir esa “verdad de su propia experiencia”. Casi podría afirmarse que Okon, María Luisa y Eyal son alter egos del propio autor, quien nació en México en 1952, estudió en Israel y vivió durante veinte años en Nigeria y España, y ha decidido fragmentarse en su propia obra para acercarse y acercarnos a esa experiencia que nos quiere transmitir.

En la novela nos encontramos con Okon, que es un noble y hasta cierto punto ingenuo joven nigeriano que llega a España a estudiar una maestría. Proviene de Biafra, donde su propia familia sufrió los estragos de la guerra civil en la que incluso murió su abuelo. Al mismo tiempo que está descubriendo un mundo que le parece extraño y a veces caótico, el encuentro con personas y costumbres nuevas le ayudará a revelarse y a descubrirse a sí mismo y a su propio pasado, pero sobre todo a encaminarse hacia el futuro.

Por su parte, Eyal es un joven trotamundos que decide estudiar guitarra clásica en Granada. Al mismo tiempo que se reencuentra con su abuelo, con quien recorrerá la península para descubrir los vestigios de la España que tuvieron que abandonar los judíos hace más de 500 años, Eyal tendrá que enfrentarse con su propia familia, que no aprueba su romance con una bella bailarina de la que se ha enamorado, pero que tiene el pequeño defecto de no ser judía.

Finalmente, tenemos a María Luisa, mexicana descendiente de inmigrantes españoles de la Guerra Civil. Su vida se complica al tener que lidiar con las presiones de una familia sumamente tradicional y tratar de desentrañar el secreto que su abuelo ha guardado tan celosamente y que nadie se atreve a revelar.

Como se puede entrever, tan sólo con la enunciación de los aspectos más sencillos de las historias de estos personajes, podemos intuir la idea que el autor quiere transmitirnos a través de un lenguaje sencillo, una estructura novelística sin complicaciones y la narración en primera persona de los protagonistas: el problema de la identidad y el encuentro con las propias raíces.

En Los Evangelios para sanar (Mondadori, 2002), Alejandro Jodorowsky nos dice que todos somos libres de ligarnos a una nacionalidad o a unas raíces determinadas, pero que “para llegar a esa libertad hace falta haber conocido y honrado a sus raíces. Si uno no sabe de dónde viene, desconoce a dónde va. Cortar con el pasado no significa ignorar nuestros orígenes, y conocer nuestros orígenes no significa atarse a ellos”. Ese es el descubrimiento que hacen los personajes de la novela de Luis Popper: por diversas razones se encuentran en la búsqueda de sus raíces, para saber de dónde provienen, pero sobre todo a dónde ir.

Y como se puede suponer, esas raíces se encuentran simbolizadas en los abuelos del título. En el caso de Okon, su abuelo ha muerto, pero sus raíces las tiene presentes todo el tiempo, en su morral, en su lenguaje y hasta en el color de su piel. Todo él es un recordatorio de dónde proviene. Sin embargo, no se aferra a esas raíces fanáticamente sino que está abierto a dejarse afectar por la influencia de otras tradiciones culturales, para tomar de ellas lo que mejor le sirva para crecer y desarrollarse, pero sobre todo para regresar a su tierra y ayudar a sus paisanos.

En el caso de Eyal, esta búsqueda y reconocimiento de sus raíces se encuentran en una tensión constante: sabe que proviene de una tradición cultural muy rica, pero al mismo tiempo recela de ciertos atavismos que le impiden ser totalmente libre y realizarse con plenitud. En compañía de su abuelo, se da cuenta de que todo el mundo ha sido influido, de alguna o de otra manera, por la tradición hebrea, en todos lados ha dejado huella, a pesar de persecuciones, holocaustos, destierros y guerras sangrientas, y que la búsqueda de la libertad personal no necesariamente implica renegar o renunciar a las propias raíces, sino comprenderlas, aceptarlas y adaptarlas a uno mismo.

El de María Luisa es quizá el personaje que más nos toca de cerca y nos enfrenta a una realidad más inmediata. No parece ser casualidad que sea una mujer mexicana, descendiente de españoles, que decidió emigrar a la Madre Patria, lo que la hace sentirse doblemente exiliada. A pesar de todo, no logra sentirse ni de aquí ni de allá. Pero al mismo tiempo que descubre que no por ser hombre su hermano padece las cosas de manera muy diferente, emprende la pesquisa para desentrañar el secreto de la vida de su abuelo antes de emigrar a México.

¿Por qué resulta pertinente la aparición, hoy, de una novela como Los abuelos que Luis Popper trabajó en el Laboratorio de Novela de Celso Santajuliana? Porque, como nos alerta Jodorowsky, “navegamos en un mundo materialista edificado sobre el robo, la competencia, la explotación, el egoísmo… Todo está diseñado para impedir que la conciencia del hombre se desarrolle, porque la conciencia molesta, trastorna”.

Así, nos encontramos con que “el sistema escolar mantiene a los niños en un nivel lejano a la toma de conciencia: un nivel que impide al mundo cambiar”. Por otro lado, “a los sesenta años, es decir, en el ocaso de la vida, tiramos a los seres humanos al basurero social. Nos hemos acostumbrado a esta idea. Al aceptarla, los individuos viven acompañados de la angustia de alcanzar esta edad crítica. Así nos encontramos en una sociedad criminal que destruye el ser. Es la conspiración contra el despertar”.

Por otra ruta, la de la sociología, en La cultura del nuevo capitalismo (Anagrama, 2006), Richard Sennett llega a conclusiones parecidas. Las instituciones que antes nos permitían dotar de un sentido a nuestras vidas han naufragado: la familia, la escuela, las iglesias, el trabajo… Por otro lado, en la sociedad actual se valora cada vez menos el talento y las capacidades de los individuos quedan rápidamente obsoletas por las agobiantes exigencias del mercado. Y por si fuera poco, cada vez tenemos menos oportunidades para mantener nuestros vínculos con el pasado, con nuestras raíces, ante esta veneración fanática y consumista por “lo nuevo”.

La pregunta sería entonces: ¿qué podemos hacer? No es posible dar una respuesta sencilla, pues la situación ha adquirido dimensiones más que preocupantes. Pero creo que una parte de la respuesta está en la idea que Luis Popper nos ha querido transmitir en su primera novela: es necesario que, activamente, salgamos al encuentro o reencuentro de nuestras raíces; es necesario descubrir o redescubrir de dónde venimos para saber a dónde nos dirigimos; es necesario poner atención a esa “verdad de la experiencia” que representan las grandes novelas y que nos permiten despertar y no tener que ir por el mundo como sonámbulos durante el resto de nuestras vidas.


(Leído el 28 de enero de 2009 en Donceles 66, Centro Histórico)