Aceves y la Piedra Rodante
por Rogelio Villareal
(Tomado de Milenio Semanal)
Unos días después del festival de rock de Avándaro, celebrado el 11 de septiembre de 1971, el semanario Auxilio! SOS publicó que ahí se habían reunido “150,000 jóvenes en una orgía de sexo y drogas”, y el tabloide Casos de Alarma! denunció “un infierno de vicio y degeneración” en el que hubo “drogas y perversión sexual”. “Lo peor de todo”, añadía este pasquín, “es que es pura imitación de los hippies gringos”. A decir verdad, esa noche, custodiada por el ejército, escasearon los conflictos y tan sólo una chica mostró su torso desnudo, la legendaria “encuerada de Avándaro”.
Entre 1971 y 1972 el publicista y escritor Manuel Aceves (La Piedad de Cabadas, 1940-Ciudad de México, 6 de enero de 2009) dirigió la revista Piedra Rodante, versión mexicanizada de la célebre Rolling Stone, entonces de afilado perfil contracultural. Ahí apareció la fotografía de la muchacha con los senos al aire, lo cual, más otros contenidos que irritaban al conservadurismo priista-católico de la época, condenó a la revista a su desaparición. Los voceadores eran hostigados por la policía, los anunciantes se retiraban y Aceves recibía llamadas intimidantes en su oficina de la Zona Rosa. El anticomunista diputado del PRI Roberto Blanco Moheno escribió en El Universal que el editor de la Piedra debería ir a la cárcel por “corromper a la juventud” y sugirió la pena de muerte para él, pues no merecía otra cosa un “pornógrafo y promotor de las drogas”. El anuncio de una maquinita para forjar carrujos —“la chanchomona”— fue el pretexto para que Gobernación clausurara la Piedra, que había llegado a tirar hasta 50 mil ejemplares quincenales.
Manuel Aceves y Piedra Rodante no fueron blanco exclusivo de la derecha. La izquierda también se cebó en la emergente cultura juvenil reflejada en la revista donde colaboraron José Agustín y Parménides, entre otros escritores de La Onda. La derecha abominaba la “degeneración” en que se despeñaba la juventud, en tanto que la izquierda veía en el rock, la psicodelia y el amor libre una mera copia de costumbres anglosajonas. Aceves pensaba que ese periodo de imitación sería superado cuando la cultura juvenil hubiera madurado, pero para los dogmas de izquierda el pelo largo y la minifalda eran tan malignos como la Coca Cola y el Burger Boy. En su historieta Los Agachados el marxista Rius equiparaba a los hippies y el rock con trajeados hombres de negocios y la televisión y, desde Londres, Carlos Monsiváis —quien ya había escarnecido a la Piedra y su “idiolecto ondero” en Amor perdido— escribía una carta al caricaturista Abel Quezada en la que se confesaba “aterrado” por esa muestra de colonialismo mental: “Es la primera generación de gringos nacidos en México”, sentenciaba la joven conciencia crítica mexicana.
El establishment se impuso, proscribió el rock y ordenó a la policía seguir vejando a los jóvenes. Aceves, editor visionario, se dedicó a la publicidad y a analizar la psique del mexicano a través del pensamiento junguiano, el cual introdujo a México. En su obra Alquimia y mito del mexicano (Grijalbo, 2000) puede leerse una profunda refutación de las tesis de Paz en El laberinto de la soledad. Con Manuel Aceves y la Piedra Rodante la incipiente contracultura contribuyó en algo a transformar la rígida sociedad mexicana. Descansa en paz, maestro.
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