sábado, enero 03, 2009

Poeta en la ventana

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Los libros que verdaderamente vale la pena leer no es necesario buscarlos; ellos lo encuentran a uno. Hace unos días, esperaba a unos amigos en un restaurante y me encontré (o él me encontró, vaya a uno a saber) a Andrés Cardo, el inquieto y enjundioso poeta y editor de Verso Destierro, quien andaba, como acostumbra, ofreciendo libros de poesía a los comensales. Nos saludamos y se sentó conmigo. Me enseñó los libros que traía, entre los que se encontraba Poeta en la ventana, de Enrique González Rojo.

Entre toda la alharaca y faramalla provocada por el homenaje por los 80 años de Carlos Fuentes, el también octogésimo aniversario de González Rojo pasó inadvertido para mucha gente. Es cierto: entre septiembre y octubre de 2008 se le organizó un homenaje nacional que culminó en Bellas Artes (incluso este tundeteclas participó en el Encuentro Independiente de Poesía en el Faro de Oriente que formó parte de las actividades del mencionado homenaje), pero para nada tuvo la atención y el despliegue mediático que mereció el de Fuentes.

Y no era para menos. EGR se ha distinguido por mantener siempre una posición totalmente crítica e independiente hacia el poder político y cultural, alejado de las capillas y conciliábulos, siempre a partir de una convicción de izquierda, libertaria y progresista. EGR es nada menos que autor de un par de los pocos libros críticos sobre la obra y el pensamiento de Octavio Paz: El rey va desnudo (1989) y Cuando el rey se hace cortesano (1990), que lamentablemente no han sido reeditados.

Pero además es autor de una de las obras poéticas más consistentes y sólidas de la literatura mexicana, equiparable, si eso es posible, por ejemplo, con la de otro gran poeta de su generación: Rubén Bonifaz Nuño, quien por cierto en noviembre de 2008 cumplió 85 años y ni siquiera su alma mater, la UNAM, le dedicó ni una pinchurriente mesa redonda, tan ocupados que estaban todos en andarle lamiendo las botas al capo Fuentes.

Autor de más de 20 libros de poesía y otros tantos de teoría política y filosofía (algunos de ellos disponibles para descargarlos en su propia página web: http://www.enriquegonzalezrojo.com/), EGR conmemoró sus ocho décadas de vida con la publicación de Poeta en la ventana, una colección de poemas que versas fundamentalmente sobre el oficio de poeta y el papel que desempeña (antes y ahora más que nunca) la poesía en la vida del ser humano.

Quisiera decir que la edición del libro, realizada por Verso Destierro con el apoyo de otras instituciones es primorosa y cuidada, pero la verdad es que la foto de portada se les quemó y la encuadernación deja mucho que desear. No es disculpa, pero también entiendo que se trata de una edición casi independiente, sin el apoyo de las grandes editoriales ni las redes de distribución masiva que sí tienen los libros de, bueno, ya saben quién. Se trata más que nada de un trabajo de amor y admiración por el poeta, y eso es lo que cuenta.

Con todo, se trata de un libro fundamental en la obra de EGR y de lectura obligada para cualquier poeta o aspirante a tal, ya que en los cinco apartados del libro el autor reflexiona y dialoga con el lector desde la posición del sabio poeta octogenario, pero que no por eso ha perdido la mirada fresca e inocente con la que se enfrenta al mundo y a su oficio, con la misma seriedad que un niño inventa sus juegos y se sumerge en una fantasía, la del lenguaje, que resulta incluso más verdadera que aquellos que llamamos "realidad". Ya muchos poetas bisoños (y otros tantos dizque "consagrados") que se sienten poseedores de la verdad absoluta y que nadie los merece, quisieran poder escribir con esta claridad y profundidad. Eso se logra, únicamente, asumiendo el oficio poético con amor y humildad. Nada más, pero tampoco menos.

Como se mencionó, el libro está disponible en la página web de EGR, pero quiero aprovechar la oportunidad para convidarles dos de los poemas que más me gustaron e impresionaron, sobre todo porque concentran en unas cuantas líneas el bello encuentro del poeta con la poesía, y del lector con el poema.

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Poética
por Enrique González Rojo

Para ser poeta
hay que adivinar en el espacio indiferente,
en los jeroglíficos del aire,
en la pregunta arrodillada ante el enigma
o en la flébil respiración del ave fénix,
las vísperas de un portento.
Hay que tener miradas
que, hablándole al oído,
secreteándose con la pluma,
descubren toda una joyería de imágenes
en las fauces del lagarto que bosteza,
en la niña que, al desnudarse, cambia corpiños por palomas
o en la avara luciérnaga que lleva
pedacitos de sol a su escondite.

Para ser poeta
se requiere capturar el instante exacto
en que el suicida busca, con su puñal, a media carne
un pequeño resquicio al más allá
para encontrar tan sólo
la hemorragia de su tiempo
en otra de las barriadas del aquende.
Para ser poeta
hay que asistir puntual mente al momento
en que, sin el menor quejido,
la flor comienza a marchitarse,
a desdecir belleza,
a encontrar en el suelo
la forma polvorienta del descanso.

Para ser poeta
hay que fijar la mirada,
pisándole los talones al infinito,
en la alta tensión del firmamento
que electrocuta pretenciosas oscuridades
nacidas del forcejeo de la tarde con la noche;
promover un movimiento de rebeldía
para que se adueñen del micrófono
las preguntas que, queriendo salir, chocan con la frente.
Hay que tener una colección de secretos,
risas, muecas,
llaves abandonadas
y relojes descompuestos, mudos de tiempo,
que, sin desgranar como antes
rosarios de segundos,
midan la eternidad...

Para ser poeta
hay que llevar a la espalda
el cadáver agusanado del amor de nuestra vida,
despellejar de las cosas
el hallazgo poético destina do
a tatuar la memoria,
hincar espuelas en las palabras
y correr hacia el horizonte
al trote o al galope de la métrica
izando el estandarte de su musa.

Hacer poemas para no suicidarse.
Y traer entre dientes la tonada
del último suspiro.


A un lector
por Enrique González Rojo

No sé si sabes
que la belleza de un poema
la invisible humareda que atrae
suspiros, nudos en la garganta,
alaridos en sordina
no existe fuera e independientemente
de él.
No hay un "cierto lugar del cielo"
donde la belleza se halle en los andenes
de la encarnación,
en que las flores tengan prohibido marchitarse
y aspirar el oxígeno negro de la muerte,
en que Heráclito opte por el silencio
o en que las palabras nunca y siempre
estén como pez en el agua.

Escucha. La belleza es el producto
de un poema altamente organizado,
con vocablos que hincan sus raíces
en la página sin roturar
y arrojan sus flores y sus frutos
en tu mente.

Si te fijas bien,
entre la cabeza y los pies del poema,
entre la estratégica bienvenida del principio
y el final sorprendente que rubrican
tus lágrimas lectoras,
se halla, palpitando, el corazón del texto
en algún escondrijo del papel.
De esa noble y fatigad a víscera borbota
la sangre que corre
por las letras, las imágenes, los versos
y los escondrijos de tesoros
que se hallan entre líneas.

No platiques, lector,
de lo que dice el poema.
No digas: "son expresiones tan insignificantes
como el ápice oscuro que,
al olvidar su hormiguero ,
se halla desorientado a la mitad del cosmos".
Pero tampoco: "son versos que rompen
el equilibrio del universo".
Por favor no te atrevas a decir:
"son expresiones redacta das en forma de riachuelo
para que Narciso se contemple",
"peñascos que llevan en el cuello
la ley de gravedad",
"retahíla de pájaros furiosos
que van tras el destino".

No describas.
No pretendas sacar algo en claro.
Aleja tus uñas voluptuosas
de la carne inmarcesible.

Mejor apréndetelo de memoria.
Hazlo tuyo.
Dilo en voz alta cuando empiece
a resquebrajarse el mundo.
Que forme parte de la galería de milagros
de tu entraña.
Comulga con él.
Paladea a cada instante su portento.
Recítalo, recítalo,
y al hacerlo, vislumbra
que te hallas recitándote a ti mismo.

1 Comments:

Blogger Ada Pantoja said...

González Rojo es mi adorado, como olvidar aquellas letras doradas que me decían "te invito a deletrear el infinito".

Saludos Memo.

10:43 a.m.  

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