sábado, junio 28, 2008

La noción romántica de “vivir de prisa y morir joven”


Amy Winehouse, ayer, en el concierto de homenaje a Nelson Mandela

La noción romántica de “vivir de prisa y morir joven” hizo presa de la cantante británica

Winehouse, espíritu que arde y se consume en sus propias llamas

Su éxito mal se aviene con una historia personal llena de acusaciones de violencia contra sí misma y otras personas

Ante su conducta, la sociedad alterna entre la adulación y la condena y se olvida cómo abordar el caso de personas talentosas pero que se autodestruyen

Joan Smith* (The Independent)

Tomado de La Jornada

Londres, 27 de junio. La última vez que platiqué con el escritor palestino Edward Said, no mucho antes de su muerte, trabajaba en un libro sobre el estilo en los años finales de la vida. Cerca del fin de su carrera, le interesaba el florecimiento de creatividad que experimentaron algunos de los escritores y compositores más ilustres del mundo al llegar a edad avanzada.

La experiencia y madurez brindan nuevas fuentes de inspiración, posibilidad que desdeña una cultura seducida por la noción romántica de “vivir de prisa y morir joven”, que hoy parece haber hecho presa de la cantante Amy Winehouse.

Winehouse fue hospitalizada de urgencia la semana pasada; se dice que tosía sangre. Hace tres días la dieron de alta, entre informes contradictorios de si tenía enfisema o no. Su padre, Mitch, ha corregido su declaración original, en la cual decía que ella padece un daño pulmonar que podría conducir a las primeras etapas de esa enfermedad incurable si continúa fumando un cigarrillo tras otro y consumiendo crack. Lo que no está en duda es que Amy no se ha recuperado de sus adicciones, según confirma una foto en la que, pálida y delgada al salir del hospital, enciende un cigarrillo.

Ya se especula en Internet cuándo morirá la joven, como si la muerte prematura no fuera más que otro riesgo de la celebridad contemporánea. Pero si bien Internet ha elevado la insensibilidad a nuevos niveles, también es cierto que resulta fácil tomar la muerte a la ligera cuando la noción de extinción personal parece remota e improbable.

Mi generación tenía su propio himno de juventud indómita –My generation, de The Who–, y una impresionante lista de bajas para acompañarla: Keith Moon, baterista de ese grupo; Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones. Sus muertes causaron consternación, pero no sorpresa; seguían una tradición que comenzó en el siglo XIX, con Shelley y Byron.

La idea de que algunos espíritus arden con demasiada furia y se consumen en su propias llamas es increíblemente seductora para las personas que tienen menos probabilidades de pensarlo mejor, es decir, los jóvenes. Conforme uno crece, comienza a cuestionar esas tonterías románticas y a ver esos decesos como lo que realmente son: un trágico desperdicio. A menudo son consecuencia, no de gestos grandiosos, sino de la depresión, la adicción y demás pavorosas condiciones que traen aparejadas, desde la anorexia y la bulimia hasta la autoagresión.

La muerte de Lord Byron en Missolonghi, en 1824, se atribuyó a un glorioso sacrificio por la noble causa de la independencia de Grecia, cuando en realidad fue resultado de una medicación letal en un organismo debilitado por desórdenes de alimentación.

Winehouse tiene un talento increíble y ha ganado seis Grammys; es la cantante más exitosa de su generación, pero apenas tiene 24 años. Su éxito profesional mal se aviene con una historia personal plagada de acusaciones de violencia contra sí misma y otras personas, así como múltiples adicciones.

En fotografías recientes se la ve lastimeramente delgada y frágil, conviviendo con Pete Doherty, adicto como ella, y visitando a su marido, Blake Fielder-Civil, quien aguarda sentencia en prisión tras declararse culpable de atacar al dueño de un pub y tratar de pervertir la justicia.

Es difícil pensar en un peor diagnóstico para una cantante que la amenaza de un mal que podría reducir la capacidad pulmonar, esencial para su arte, pese a lo cual parece decidida a cumplir compromisos en Glastonbury y en la fiesta del cumpleaños 90 de Nelson Mandela. Se encuentra, así, en una trampa conocida: cantar es lo que mejor sabe hacer, pero no puede ir a ningún lado sin ser perseguida por los paparazzi, quienes aumentan la presión a la que se ve sometida y ofrecen un registro día a día de su desordenada conducta. Lo que ellos quieren es espectáculo, y ella se lo ofrece tan puntualmente, como su amigo Doherty. Los dos son presentados como héroes románticos que consumen la vela por los dos extremos. Aparecen en la cultura popular como niños crecidos que tienen permiso de actuar sus fantasías infantiles, sin apenas darse cuenta del costo infernal que pagan. Cuando las consecuencias se vuelven imposibles de pasar por alto, ya sea comparecencias ante tribunales o presentaciones desastrosas, nuestra indulgencia desaparece de pronto y los castigamos como terribles modelos de conducta.

En esta alternancia entre la adulación y la condena, el tema que soslayamos es cómo abordar el caso de personas talentosas, pero autodestructivas. Durante meses ha resultado patente que Winehouse no sólo es física y emocionalmente débil, sino que su carrera está amenazada por sus adicciones. Pese a su éxito, no ha tenido tiempo de desarrollar su extraordinaria voz a tal punto que pueda correr riesgos con su ejecución y su material.

Lejos de rodear de una aureola romántica a artistas que se destruyen, no puedo menos que deplorar todo el trabajo que se pierde por ello. Esperemos que Winehouse se recupere para que pueda realizar su pleno potencial.

*Columnista, crítica de arte y novelista británica


© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

1 Comments:

Blogger JORGE SOLANA AGUIRRE said...

Intenso tu espacio.

www.jorgesolanaaguirre@hotmail.com

8:39 a.m.  

Publicar un comentario

<< Home