viernes, febrero 29, 2008

Cuaderno de la Fermatta (II)

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La escritura o la vida (o La escritura y la vida)

Si tan sólo se pudiera escribir al mismo tiempo que se vive. Pero es imposible: o se vive o se escribe. Si se escribe inmediatamente después de vivir, queda fijado el momento, el recuerdo de lo vivido, y así permanecerá: petrificado. Pero si no se escribe, si se confía tan sólo en la memoria, el recuerdo se diluye, se evade, se evapora, se pierde y queda muy poco, casi nada. ¿Qué hacer entonces? Se vive, pero se lee menos de lo que se quisiera y se escribe mucho menos de lo que se debiera.

La pérdida de peso me ha obligado a tener que vivir de nuevo. Con tantos kilos de más, me sentía anestesiado, como drogado, alienado, todo me daba igual o no me importaba. De lo que se trataba era de no sentir, no sufrir, que el mundo no se metiera conmigo porque el mundo sólo podía lastimar, agredir, dañar. Ahora no tengo más remedio que vivir. La droga se está yendo, aunque en cualquier momento podría volver. Pero tengo que seguir, llegar al final. De otra forma, no se puede hacer nada. Si no, me sucederá siempre esa posposición eterna, la de no llegar nunca al final, la de a fin de cuentas no hacer nada.

Leo, en La velocidad de la luz, de Javier Cercas que uno de sus personajes cita a Oscar Wilde: “Hay dos tragedias en la vida. Una es no conseguir lo que se desea. La otra es conseguirlo”. Y remata: “Nadie muere por haber fracasado, pero es imposible sobrevivir con dignidad al éxito… Si te empeñas en ser escritor, aplaza todo lo que puedas el éxito”.

Otra vez: es el Bartleby de Vila-Matas, es el Palinuro de Connolly. Es, a fin de cuentas, el cuestionamiento de todo esfuerzo, de no saber con seguridad si esto tendrá algún sentido, si no será mejor dedicarse a otra cosa, o mejor aún: tener la valentía suprema de no dedicarse a nada.

Todo está sucediendo muy rápidamente y apenas puedo registrarlo, lo que vivo, lo que siento, lo que experimento, lo que pienso. Pero la literatura no sólo registra la vida, sino la transforma, crea algo nuevo a partir de lo existente. El simple registro sirve de muy poco si no aspira a trascender y convertirse en arte. Pienso en los diarios de Anaïs Nin, o en los cuadernos de Paul Válery.

Hasta hace muy poco no dudaba de nada, o de muy poco. Estaba seguro de lo que quería y de lo que sabía. Hoy me sorprendo a mí mismo dudando, equivocándome, contradiciéndome, dudando. Ahora no sé muy bien ni siquiera lo que creía que sabía. Es una especie de disolución de mí mismo, estoy desapareciendo, o más bien: estoy apareciendo como realmente soy: vulnerable, frágil, temeroso, inseguro. Como nunca antes, me he sorprendido incluso al borde de las lágrimas cuando hablo sobre algún tema que me toca personal y profundamente, como la muerte de mi madre, la relación con mis hermanos o algún rechazo amoroso.

Pero no tengo escapatoria. Escribo porque no entiendo. Escribo para entender. Estoy condenado a ello. Haga lo que haga, no puedo dejar de tratar de entender la vida (perdón por tanto infinitivo) , y por lo tanto no puedo dejar de escribir. La cuestión es no parar, no ceder ante nada ni ante nadie, seguir escribiendo a pesar de uno mismo, a pesar del fracaso, pero sobre todo, a pesar del éxito.

2 Comments:

Blogger Raúl Arcos said...

Mucha suerte en esta etapa de tu viaje. Menos pesado, más ligero.
Un abrazo. Raúl

9:20 p.m.  
Blogger amargancia said...

Un río profundo y refrescante lo que has dicho sobre la imposibilidad de dejar de escribir. A Jorge Semprún también le costó media vida, a Primo Levi toda. Gracias por compartirlo y por tu blog, en general. Me parece sensato que por lo menos intentes seguir esa recomendación de Wilde, a muchos, de verdad, a muchos, les (nos) hace falta comprenderla.

1:37 p.m.  

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