Tratado de impaciencia no. 457
El día pintaba bien. Domingo soleado. Iría a comprarme zapatos nuevos, quizá algún libro y luego a tomar un café con una linda amiga, de charla inteligente. Y como todos los domingos en la mañana, muy temprano, me dispongo a ir por mi ración semanal de revistas y periódicos. Pero antes reviso el refrigerador y me doy cuenta de que no hay leche. Decido aprovechar para comprar un par de litros en el 7 Eleven que está en la esquina a unos pasos del puesto de periódicos. El voceador me cobra y me da mis revistas en una bolsa de plástico, como siempre. Entro al 7, abro el refrigerador, tomo los cartones de leche y los deposito en el mostrador. Sin levantar la cabeza, digo cortésmente:
—Buenos días.
Quien atiende la caja no me responde. Levanto la vista: un joven alto, blanco, de cabello negro y despeinado, con la camisa del negocio desabotonada y debajo una playera roja con algún dibujo. Lo miro a los ojos, como buscando su respuesta, alguna reacción, pero rehúye el contacto visual. Mecánicamente, coloca las mercancías en el lector láser para registrar el precio. Lo miro tan fijamente que no le queda otra que mirarme.
—Pues para mí no son buenos —me dice cansinamente—. Tomando en cuenta que voy a pasarme el día aquí hasta las diez y media de la noche.
No sé qué responder. Es de esas ocasiones en que me gustaría ser como esas amigas mías que responden siempre lo primero que se le viene a la cabeza, pero yo pienso mucho antes de contestar. Lo observo sin atinar a decir nada. Ni siquiera me dice cuánto es. Observo la pantalla de la caja y le extiendo un billete. Me da el cambio.
Sólo atino a decir:
—Pues mi día sí es bueno.
Y salgo del establecimiento con la cabeza hecho un nudo y con un nudo en el estómago.
En el camino de regreso a casa, pienso que debí haberle respondido algo más inteligente, pero no se me ocurre qué. Nunca nadie me había contestado así a una formula tan común de cortesía. Es más, lo esperado es que ni siquiera te respondan, como las cajeras del metro o los choferes del microbús, pero yo de todos modos doy los buenos días, como una forma de hacer más llevadero el día para todos, a sabiendas de que cada quien vive su infierno particular y que a los demás en realidad les importa un carajo cómo te sientas o te dejes de sentir. Me dan ganas de regresar y decirle al chico que yo no tengo la culpa de que odie el trabajo de mierda que tiene, que si no le gusta que se busque otro y deje de fregar a los demás, pero no tengo el valor. Para qué, qué caso tendría. Entonces pienso en la situación insoportable que debe estar pasando no sólo él sino millones de personas en este país de mierda, con este pinche gobierno inepto y corrupto, con ese enano presidente que no se cansa de hacer pendejada tras pendejada, y que con sus necedades nos está llevando a todos al carajo, qué futuro les espera a esos jóvenes, como el chico del 7, con un trabajito de mierda y un sueldito de hambre. Y me empiezo a sentir mal por ser tan superficial y haberme sentido bien por tener dinero para comprarme zapatos nuevos e ir a tomar un café mientras hay tanta gente sufriendo, que no tiene ni para comer, y yo con mi pinche egoísmo y mis pendejadas de “buenos días”, mientras a todos se los está llevando la chingada.
Abro la puerta de mi casa. Dejo caer la bolsa con los periódicos y la leche sobre la mesa.
Mi domingo, que pintaba tan bien, se ha ido al carajo.
4 Comments:
La ciudad nos da su mierda urbana nos aplasta con su miseria nos hunde nos empobrece emocionalmente, basta con mirar el rostro de la gente un jueves 20hrs en una combi, rostros hambrientos cansados preocupaciones de dinero comida gastos miedo siempre peligro, un loco con ojos rojos al volante, GOOOL GOOL!!, TV Notas, Tv Idiota, la sociedad como tal una preocupación latente hacia dónde va la sociedad hacia dónde va México el hastió político inunda a los jóvenes, a que le tiras cuando sueñas mexicano...
A veces la realidad es demasiado culera y tiene la fuerza de romper nuestras burbujas antipedos.
Es verdad, se vive una circunstancia culera. Pero no sólo en México... Y son pedos tan gigantes que muchas veces se nos van de las manos. Uno hace lo que puede desde su trinchera...
Pero no tenemos por qué ir aguandando la pedorrería de los pedorros que tienen pedos.
Refuérzate la burbuja, maestro, tú que puedes. Y disfruta no un domingo por la mañana, sino todos los pinches días que quieras, porque también le chingas harto para conseguir la vida que tienes...
Saludos desde Sevilla.
Por cierto, ¿has podido echarle ojo al libro? Estaría bueno saber qué piensas sobre él.
Isra.
Guillermo:
he estado dándole una hojeada a tu blog y te cuento que me parece bastante ameno e interesante.
Hablando de la gente que anda por ahí con el genio desviado, padecemos de lo mismo. No vivo una vida por encima del promedio, sin embargo la disfruto como viene y trato de no perder los días endureciéndome el hígado.
Confío en poder seguir leyéndo tus historias.
Saludos.
Perfil Bajo.
Me gusta mucho la transición suave pero firme de tu perspectiva: desde el buenos días que espera respuesta automática hasta el convencimiento de que todo se hunde, y de que ese silencio no es más que un síntoma.
El mundo está en desorden, Guillermo.
Besos, me encanta leerte.
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