Los ricos son diferentes
por Federico Campbell
Tomado de Frontera
Son de otro modo, no son iguales a nosotros (la mayoría), viven en otro mundo, conocen restaurantes en Miami o en Lisboa que ni siquiera nos imaginamos, tienen en esta vida una experiencia mucho más rica que el común de los mortales porque sus recursos les permiten conocer a personas y visitar lugares inalcanzables para otros. Además la riqueza es secreta. Empezaron a disfrutar de las cosas a muy temprana edad, mucho antes que nosotros. Es natural y lógico, entonces, que se sientan diferentes porque en efecto lo son. Vuelan en jets privados que atraviesan el Atlántico y cuestan 20 millones de dólares. Van a las playas del Sureste asiático y se pasean entre los templos de Tailandia o Camboya. Se la pasan bomba.
Es más que un lugar común la anécdota de los escritores Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald en un mingitorio de París, hacia mediados de los años 20. De pie, uno junto al otro, mientras sus chorros chocaban y se desvanecían por la pulida pared de mármol, Fitzgerald le preguntó:
–Oye ¿tú crees que los ricos son diferentes a nosotros?
–Sí –le contestó Hemingway–. Tienen más dinero.
Esta respuesta siempre fue para mí un enigma. Me ha tomado muchos años entenderla y creo que la sutil ironía de Hemingway dice eso y sólo eso: Que lo único que los diferencia de nosotros es el dinero y no otra cosa.
Sin embargo, en la novela que dedica al tema de los ricos, “Hermosos y malditos”, Francis Scott Fitzgerald prosigue con sus obsesiones acerca de la riqueza individual y los diversos sentimientos de legitimidad o de ilegitimidad que despierta. Pero más específicamente aborda el asunto en un cuento, “El muchacho rico” que, por lo demás, es una historia de amor.
“Déjenme que les hable de los ricos. Son distintos a nosotros. Tienen cosas y las disfrutan desde muy temprano, y algo les pasa con eso; los hace blandos en lo que nosotros somos duros, y cínicos en lo que somos sinceros, de tal manera (a menos que hayas nacido rico) es muy difícil de entender. Piensan, en el fondo del corazón, que son mejores que nosotros porque nosotros tuvimos que descubrir por nosotros mismos las cosas buenas de la vida. Incluso cuando entran en nuestro mundo o se hunden por debajo de nosotros, siguen pensando que son mejores de lo que nosotros somos. Son diferentes”.
La idea en lo esencial es ésa: Que en cualquier circunstancia por no se sabe qué motivos, incluso si está enfermo de cáncer en un hospital, nuestro amigo rico habrá de sentirse mejor que todos.
Todo se lo merecen. Están convencidos de que tienen la exclusiva de todo. Y se muestran muy celosos si alguien se entromete en su mundo. “¿Y tú qué haces aquí?”
Hay el abolengo (palabra que tiene que ver con abuelo), la estirpe, la buena crianza, la buena familia (blanca, de preferencia, en México) y nunca sentirán igual que ellos al personaje (un premio Nóbel como Octavio Paz, un presidente de la República de extracción michoacana) que han invitado a cenar para presumirlo ante sus amigos. Siempre serán mejores que el importante invitado.
Se han dicho y se siguen diciendo muchas cosas de los ricos. Naturalmente, y es lo más humano y lo más probable, por envidia (una emoción muy natural, no un crimen), o a veces por la sospecha de que su fortuna no se hizo con buenas artes o porque es producto del abuso o de la manipulación política. En los años del macarthismo anticomunista de los años 50, lo que les molestaba de los comunistas era que, en el fondo, les venían a decir que su riqueza era ilegítima, producto de la explotación del trabajo ajeno, es decir, de los bajos sueldos.
Son extravagantes. Apuestan fuerte en la ruleta. Son filantrópicos. No pagan impuestos. Reciben grandes herencias. Echan a perder a sus hijos. Tienen sobrenombres adorables: La Chiquis, la Cuquis. Sus casas llevan nombre: La Quinta tal, Casa de Fulano. Andan en carros que cuestan lo que una casa, o más. Viven en buenas colonias. Viajan en primera clase. Si al mismo tiempo son funcionarios, se hacen pagar los mejores hoteles del mundo y los mejores restaurantes. Son muy generosos cuando el dinero no es suyo. Todo lo meten en el renglón de “viáticos”. Todo se lo merecen.
Comen y beben muy bien. Son expertos, por experiencia, en cosas gastronómicas. Saben dar una buena fiesta. Son exigentes, melindrosos y quisquillosos. Se sienten bordados a mano. Son caprichosos. Saben comprar en vía Monte Napoleone de Milán. Son codiciosos. Tienen, desde niños, muchos criados. A veces tratan a los demás como si fueran sus criados. Saben dar órdenes. Tienen yates. Están muy bien conectados. Pueden librarla si matan o mandan matar a alguien. No conocen Palenque pero han estado muchas veces en Orlando. Sólo hablan de sí mismos.
El autor es escritor tijuanense y lo es también de “Transpeninsular”, entre otros títulos.
1 Comments:
Marge Simpson lo dice cuando la invitan a un club privado, "Los ricos son diferentes.... mejores".
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