lunes, abril 30, 2012

Ten siempre en tu mente a Ítaca



Ítaca
por Constantino Cavafis

Cuando te encuentres de camino a Ítaca,
desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca encontrarás,
si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca ante ti.

Desea que sea largo el camino.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con qué alegría, con qué gozo
arribes a puertos nunca antes vistos,
deténte en los emporios fenicios,
y adquiere mercancías preciosas,
nácares y corales, ámbar y ébano,
y perfumes sensuales de todo tipo,
cuántos más perfumes sensuales puedas,
ve a ciudades de Egipto, a muchas,
aprende y aprende de los instruidos.

Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.

miércoles, abril 25, 2012

Las muchas Alicias que es Alicia



Las muchas Alicias que es Alicia
Por Guillermo Vega Zaragoza
When logic and proportion
have fallen sloppy dead
and the White Knight is talking backwards
and the Red Queen's “off with her head!”
Remember what the dormouse said:
“FEED YOUR HEAD!
FEED YOUR HEAD!”

Jefferson Airplane. “White Rabbit”

Hace ya varios años, apareció un libro que tenía por título Pregúntale a Alicia. Nunca lo leí, pero según decían era la historia de una muchacha que había sido atrapada por el infierno de las drogas. Los padres y maestros lo utilizaban como advertencia para los jóvenes descarriados de entonces (estoy hablando de los años setenta, cuando las drogas aún eran una promesa de expansión de la mente y experimentación existencial, y no la amenaza de alienación y violencia que son ahora). El título del libro estaba tomado de la canción “Conejo blanco” del grupo de rock psicodélico de San Francisco, Jefferson Airplane, quienes a su vez se inspiraron en las historias de Lewis Carroll para escribirla, como una especie de velada alegoría de las drogas psicodélicas que se usaban entonces.

Fue la primera alusión que tuve sobre las extraordinarias obras del diácono y matemático inglés que respondía al nombre de Charles Lutwidge Dodgson, y que supuestamente tomó como inspiración para crear a su heroína a una amiguita real llamada Alice Liddell. Muchos artistas han creado obras alrededor de este personaje, que de alguna forma se ha convertido en un arquetipo. Más recientemente, el cineasta Tim Burton realizó su propia recreación de Alicia en el país de las maravillas. A Burton no le interesaba tomar al pie de la letra los libros clásicos de Lewis Carroll sino ver qué de nuevo podría decirnos ese mundo fantástico. Al llevarla a la pantalla, se encargó de darle sustancia al personaje, de dotarlo de humanidad, de motivaciones, de conflictos plenamente actuales y por lo mismo imperecederos. Porque, en efecto, se trata de ni más ni menos que de la misma historia que se ha contado desde hace millones de años: el sendero del héroe (en este caso, de una heroína).

La depredadora cultura dominante (el capitalismo salvaje conocido como globalización) se ha encargado de hacernos olvidar que somos nuestros propios héroes, que cada quien debe encontrar su propio camino sin importar lo que digan los demás: los padres, las instituciones, la iglesia, los medios, la escuela o los poderes establecidos. Y también nos hace olvidar que ese camino es interno, que tiene muy poco que ver con las posesiones materiales o la belleza física, que es un trabajo de instrospección que muy pocos emprenden en su vida (es más, hay personas que ni siquiera se enteran de que lo tienen que emprender), lo que las hace presa fácil de los muchos espejismos que nos acechan: el materialismo, la obsesión por la apariencia física, la obsesión por el trabajo, por el poder, por el sexo o por lo que sea, y que al no poderlos cumplir los hace caer en la depresión, la drogadicción, el alcoholismo, la violencia e incluso la locura.

El artista (iba a escribir "el verdadero artista", pero si no es verdadero no es artista) es un creador y recreador de mitos. En la actualidad ya son pocos los artistas que crean un mito nuevo, más bien se dedican a recrear los existentes, y con ello los actualizan y los hacen accesibles a las personas de su tiempo y del porvenir. Es el caso de Andrés Castuera-Micher, que en este nuevo poemario retoma el personaje de Alicia, pero, al igual que Bruton, lo recrea y le da un nuevo giro: Alicia es muchas Alicias. No es sólo la niña perdida en un mundo fantástico sino una mujer que podría ser —que de hecho es— todas las mujeres. El poeta se dirige a ella, la interpela, la aconseja, le exige, le suplica, que no se olvide de quién es, de dónde viene y de lo que define su esencia: el amor y la imaginación.

En este poemario, tenemos un autor que permanece fidelísimo a su talante y sus obsesiones: el tema amoroso y sus secuelas, pero también se adivina una nueva vertiente: la del poeta reflexivo y algo desencantado, que sin dejar de ser apasionado, se dedica a observar el crepúsculo del mundo, de este mundo, en el que parece ya no haber lugar para las Alicias, para los soñadores y los creyentes en la capacidad del ser humano para el amor y la bondad, por eso Andrés le pide que no deje de llamarse como se llama, a pesar de que tenga que inventarse otro país, otro mundo, donde sí pueda habitar y ser genuina y congruente consigo misma.

Inventarse otro país, otro mundo. Eso es lo que parecemos necesitar urgentemente en estos momentos de la humanidad. La poesía —el arte de renombrar— es una buena manera de empezar a hacerlo. Andrés Castuera-Micher nos invita. Habrá que seguirlo como Alicia al conejo y crear de nuevo un país de maravillas que podamos habitar todos.

(Prólogo a Otro país para Alicia, de Andrés Castuera-Micher, edición de autor, México, 2012)



Un hombre pasa con un pan al hombro



Un hombre pasa con un pan al hombro
por César Vallejo

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?