viernes, mayo 21, 2010

Rafael Tomé (1950-2010)

Ayer me enteré de una triste noticia: el fallecimiento del escritor Rafael Tomé. Aunque yo no lo conocí en persona, los queridos Andrés Cisneros y Adriana Tafoya, directores de la Editorial VersoDestierro, me invitaron a que escribiera la solapa de la primera novela de Tomé, Máscara de cristal, una entretenido divertimento con el mismísimo Santo, el Enmascarado de Plata, como protagonista.

Rafael murió el domingo 9 de mayo, apenas unos días antes de tener en sus manos su esperado y deseado libro. Su repentino deceso retrasó aún más su salida. Próximamente será presentado para rendir homenaje a este escritor y promotor cultural.

A continuación reproduzco el pequeño texto que escribi y los datos sobre él que parecieron en la otra solapa de la novela.

Descanse en paz.

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"La vida puede ser tan emocionante como una película de El Santo. O debería. Rafael Tomé Zamora se lanzó desde la tercera cuerda y ha escrito una novela delirante, caótica, llena de humor y con un estilo vertiginoso; sublime y alburera; pícara y kitsch; técnica y ruda al mismo tiempo. Estamos en el México de los sesentas, cuando la Ciudad de México está dejando de ser “la región más transparente” para convertirse en “la cabeza de la hidra”, la megalópolis inabarcable, insólita y abominable que es hoy. Y El Santo, el mismísimo Ruddy Guzmán, es el héroe que lo mismo atrapa raterillos de poca monta, que viaja a la Luna, que desface entuertos internacionales y aplaca complots comunistas. El héroe que nos faltó y nos sigue faltando. Un universo paralelo donde lo mismo deambula una jovencita aprendiz de periodista y Enrique Guzmán (sí, el cantante), que un chaval enamorado con los calzones parchados y Fernando Benítez (sí, el periodista, pero en papel de policía), con apariciones especiales de César Costa, José Agustín, Alberto Vázquez, Carlos Fuentes y hasta Johnny Laboriel. Homenaje, parodia, declaración de amor, ajuste de cuentas. Rafael Tomé Zamora nos aplica la de a caballo con este sorprendente librito y amenaza con regresar. Próximamente en esta sala".

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Rafael Tomé Zamora (Ciudad de México, GAM, 1950-2010). Autor de poesía, teatro, cuento, novela y ensayo. Fue incluido en las antologías de cuento: Ciudad Percudida (Delegación Azcapotzalco,1980), La mansión de las águilas (Círculo de Intelectuales Liberales, 2002) y Aquí no hay invierno (Secretaría de Cultura, 2006); además de trabajos expuestos en hojas, volantes y revistas de todo tipo e importancia, entre ellas: La hoja libre, Hagamos cultura y El barco ebrio. En Ciudad Ecatepec desarrolló múltiples proyectos de promoción cultural, disfrutando de las hieles en su tarea como lector en voz alta. En 2009 editó la revista cultural Rehilete.

jueves, mayo 20, 2010

Congreso-Homenaje a Gustavo Sainz, setenta aniversario (Programa definitivo)

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Programa del
Congreso-Homenaje a Gustavo Sainz,
setenta aniversario


27 y 28 de mayo, 2010

Organizan:

Universidad Autónoma Metropolitana

Universidad Autónoma de la Ciudad de México

Casa de la Primera Imprenta de América

Editorial El Ermitaño

Auditorio de la Casa de la Primera Imprenta de América,

Primo de Verdad, núm. 10, esquina con Moneda, Centro Histórico, ciudad de México.



Jueves 27 de mayo

Inauguración

10: 00 hrs.

Mesa 1: La ciudad de México y sus habitantes en la obra de Gustavo Sainz

10:30-11:30 hrs.

Alfredo Cabildo Salomón

Gazapo como novela de formación”

Danilo Santos López

“La ciudad de México en las novelas de Gustavo Sainz”

Daniel Orizaga Doguim

“El complejo Gazapo: sobre la `juventud´ en la narrativa mexicana”

Modera: Gezabel Guzmán Ramírez



Mesa 2. Tiempos narrativos, realidad y lector implícito

11:45-13:20 hrs.

Guillermo Vega Zaragoza

“Gazapo y Muchacho en llamas: juego de espejos entre realidad y ficción”

Patricia Bermúdez Cruz

“El pasado y presente de la ciudad en La princesa del Palacio de Hierro

Enrique Aguilar R

“Las relaciones entre La princesa del Palacio de Hierro y un lector implícito”

Modera: Leticia Romero Chumacero


Mesa 3. Paratexto, representación urbana y estilística

15:00-16:00 hrs.

Eduardo Molina Fernández

“Del texto y paratexto al sentido en las novelas de Gustavo Sainz: La princesa del Palacio de Hierro, mudanzas y “atavíos” desde su princeps

Ester Bautista Botello

“La representación urbana en Gazapo, La princesa del Palacio de Hierro y Compadre lobo de Gustavo Sainz”

Fernando Reyes

“Soy totalmente Gustavo. Una mirada a la estilística de Gustavo Sainz”

Modera: Danilo Santos López


Cápsulas radiofónicas sobre Compadre lobo

16: 00- 16:30 hrs

Coordinación de producción: Lorena Moreno Romero

Realización y musicalización: Emigdio Carmona

Voces: Luis López, Francisco Martínez, Isaac Solano, Emigdio Carmona, Romina García, Julio César Garrido, Lorena Romero

Radio Mexiquense, 91.7, F.M

Año: 2008


Viernes 28 de mayo

10:00-11:30 hrs.

Mesa 4. Narrador, tradición neopicaresca y erotomanía en la obra de Sainz

Ruth Levy

“Gustavo Sainz, un sastre generoso. Caprichos y tribulaciones del narrador al escribir la novela”

Gabriel Hernández Soto

La princesa del Palacio de Hierro y la narrativa neopicaresca latinoamericana

Alejandro Zenker

“De la erotomanía al rescate de la obra de Gustavo Sainz”

Modera: Ester Bautista Botello


Mesa 5. Sainz revisitado

11:35- 13:30 hrs

Emiliano Pérez Cruz

“Del coyote hambriento pa´l compadre lobo”

Arturo Trejo Villafuerte

“Gracias, Gustavo, gracias”

Ignacio Trejo Fuentes

“Al maestro con cariño. `Los descendientes´ de Gustavo Sainz”

Josefina Estrada

“Sainz en la Dirección de Literatura del INBA”

Modera: Gerardo Bustamante Bermúdez


Gustavo Sainz en la Casa de la Primera Imprenta

14:30 hrs.

Presencia del autor.

Gustavo Sainz lee fragmentos de su novela en preparación Cadáveres exquisitos. Conversación con el público.


16:00 hrs. Clausura y brindis de honor


*Durante estos dos días se pondrán a la venta los libros de la colección “Biblioteca Gustavo Sainz” de Ediciones del Ermitaño.


Mtro. Gerardo Bustamante Bermúdez

Coordinador del Congreso-homenaje a Gustavo Sainz, setenta aniversario

homenajegustavosainz@hotmail.com

gerardbb81@hotmail.com

miércoles, mayo 19, 2010

Vaivén

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Por Guillermo Vega Zaragoza

Para la Gab, que dice que nunca le han escrito un poema

I

mira si seré pendejo o despistado

que en este islote

no sé distinguir el sur del norte

tus vaivenes

me hacen sentir como una bicicleta

colgada del techo

con las ruedas al revés


me encabronas con una impaciente ternura

no he aprendido cómo acercarme a ti

erizo de piel suave y tostada

no sé descifrar tus acertijos

a veces tan ingenuos

como cuando te desatas el pelo

(siempre a las 11

te he tomado el tiempo)

y cae como cascada que se confunde con la noche


me gusta esto de saberme rodeado de agua

por los cuatro costados

no importa hacia dónde camine

siempre me voy a encontrar contigo

miro el mar y te veo

miro el puente y te veo

miro el atardecer y te veo

miro los barcos y te veo

pero no sé si van o vienen

igual que tú

es tan así

que no quiero mirarte y de todos modos te veo


eres una enfermedad

una especie de chancro delicioso

que se me ha metido en las entrañas

y del que no tengo intenciones de curarme


¿a quién chingados se le ocurre ser quien eres?

(y es que al parecer nomás con palabrotas entiendes)


esto me han dicho:

“todos ustedes los poetas

nomás escriben de lo que no tienen

si quieren algo

pues nomás estiren la mano y agárrenlo

y dejen de estar fregando”

“trasciende la psicología”

me dijeron.

no lo entiendo.

¿cómo voy a trascenderla si yo soy yo

y no me puedo dejar?

claro

ahora caigo

de eso se trata:

dejar de ser yo

para ser tú

para ser otro

para ser nosotros

para eso aún no estamos preparados.


(a estas alturas has de estar pensando:

“este es un pendejo”)


todos estos días

dos palomas se la pasan zureando en la ventana

se pasean sobre la barda

van y vienen

persiguiéndose

así como tú

diminuto vendaval oscuro


II

mira si seré pendejo o despistado

que no me había enterado que vives

a cuatro cuadras de distancia

ahora ya sé dónde está tu casa

para ir a apedrearla

¿que por qué?

nomás de huevos

a ver si así despiertas de una vez

y dejas de hacerte la pinche víctima

(éste será el poema

con más palabrotas que haya escrito)


me caga que te ningunees

me caga que no valores lo que haces

me caga

(no me discutas

carajo)

que no sepas ya que eres tan grande

que desde hace un buen rato

este islote te ha quedado chico

para todo el mujerón que eres

que has sido

y que vas a ser


poeta maldita

maldita poeta de libritos a 200 pesos

deja de compadecerte y lánzate al abismo

(ya sabes que del madrazo no te salvas)

pero en una de ésas aprendes a volar solita

sin tener que cortarte las venas


otras cosas que me cagan:

que naciste en el norte pero en realidad eres del sur

(me confunde y me encabrona)

que te pongas vestiditos que dejan al descubierto

tus brazos y tus piernas

(voy a cortártelos para comérmelos)

que hagas lo que te da tu regalada gana

sin pedirle permiso a nadie

ni pedir disculpas por las barbaridades que profieres


me caga no haber escrito aquel cuento juntos

me caga no entender lo que debería haber entendido

me caga que esto ya ni es poesía sino puro

pinche desahogo

me caga mirarte y saberte tan lejos

(ahí vas con la psicología)


está bien

voy a dejar de quejarme

voy a estirar la mano y tomar lo que quiero

y dejar de escribir esto porque no te tengo


III

mira si seré pendejo o despistado

que creo que es poesía cualquier cosa que escribo


me voy a sentar a esperar a que me escribas un poema

donde me pidas que regrese o que no me vaya

me voy a sentar a esperar a que regreses

a que te vayas y regreses

en uno más de tus vaivenes interminables


desde aquí

es imposible escapar del sol

del mar y del amor

(me había prometido

no mencionar esa palabra en este poema)

de la mierda y la estupidez

del desaire y el abandono

del terror y la soberbia

del dolor y la ternura

del padre y de la madre

(yo por eso ya me deshice de ellos

bien muertos y enterrados que están)

escapar de uno mismo


desde este lado de la ventana

sólo se ve la pared y las palomas encima

persiguiéndose

zureando agobiadas

como si agonizaran

(qué ganas de degollar palomas

qué ganas de degollar puercos

qué ganas de degollar hombres)


desde aquí escucho las campanas

los cantos de la iglesia

con este calor

hace rato que dios se mudó a otro lado

y nadie parece haberse dado cuenta


en este abismo al que nos lanzan las madres inconcientes

sólo dos cosas nos quedan por hacer

sobrevivir y sobrevivir

el suicidio es una forma poco elegante

de expresar el asco que sentimos

prefiero la capitulación lenta

pero efectiva

de la podrida existencia

lunes, mayo 17, 2010

Presentación de Vida Mía, novela de Edgar Pérez Pineda

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Estaremos Fernando Reyes, el autor y este tundeteclas.

viernes, mayo 07, 2010

La función del escritor

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"Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra finalidad tiene la menor importancia. Por obvio que esto sea, ¡qué pocos escritores serán los que lo admitan, o que, aun admitiéndolo, se sentirán dispuestos a dejar a un lado la labor de iridiscente mediocridad en la que se hallan empeñados! Los escritores siempre esperan que su próximo libro va a ser el mejor de ellos, pues no quieren reconocer que es su modo de vivir presente lo que les impide el crear nada mejor o diferente".

"Todas las incursiones en el periodismo la radio, la propaganda y el cine, por grandiosas que sean, están de antemano destinadas a la decepción. Poner lo mejor nuestro en estas formas es otra insensatez, pues con ello condenamos al olvido las buenas ideas lo mismo que las malas. En la naturaleza de tales trabajos está el no perdurar, así que nunca deberíamos emprenderlos. Los escritores enfrascados en cualquier actividad literaria que no presuponga el intento de crear una obra maestra son víctimas de sí propios y, a menos que estos autoaduladores se limiten a considerar aquellas actividades como su contribución al esfuerzo de guerra, tanto les valdría el pelar patatas".

Cyril Connolly. La tumba sin sosiego.

miércoles, mayo 05, 2010

Los miedos más temidos

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por Guillermo Vega Zaragoza

Revista En Tierra de Todos, núm. 9, abril-mayo, 2010, Ciudad del Carmen, Campeche.


Uno de los más grandes miedos del ser humano es el miedo al rechazo, a no ser aceptado, a no encajar, a no ser amados y reconocidos. Para tratar de escapar de esto, algunos hacen cosas increíbles, que regularmente no harían: compran ropa que no les queda con tal de estar a la moda, se someten a dietas extravagantes para adelgazar, se aplican cirugías estéticas para agrandar o reducirse los pechos o la nariz; vamos, hasta aceptan que les gusta la música grupera o el reguetón con tal de que los inviten a una fiesta.

Otro gran miedo es el miedo al cambio. Existen personas dispuestas a morir con tal de no cambiar. Piensen tan sólo en los fumadores, o en los alcohólicos, o en los obesos, o en los políticos. O en ustedes mismos. Somos capaces de caer en la irracionalidad con tal de no cambiar. Nos aferramos a lo conocido, a lo previsible, a lo que nos da seguridad, por miedo a lo nuevo, a lo impredecible, a lo desconocido.

Durante un largo lapso de mi vida, trabajé en una empresa privada. Me encargaba de comunicar a los empleados lo que los patrones querían que hicieran y pensaran. Ahí me di cuenta de que lo más difícil del mundo es hacer que la gente modifique su comportamiento. Y ya no digamos el comportamiento: que cambie su actitud y su forma de pensar. Ni amenazándolos con el despido cambiaban y seguían siendo holgazanes, irresponsables e indolentes.

Hace poco un director de películas de terror me dijo varias cosas interesantes en relación con el miedo: que el miedo es el primer sentimiento que experimentamos al nacer. “Imagínate que cuando sales del vientre materno, ves una luz que jamás habías visto, sombras extrañas, voces chillantes… ¡terror, terror puro!” Quizá por eso nadie recuerda el momento del nacimiento: es una de las experiencias más traumáticas y aterradoras que tiene que padecer un ser humano. La otra es la muerte.

Este director también me dijo que hay la teoría de que cuando morimos, ese túnel luminoso que narra la gente que se ve, en realidad es una evocación de ese primer sentimiento al nacer, que se trata de una regresión al miedo primordial. Es decir, nacemos con miedo y morimos con miedo. Aunque el poeta James Douglas Morrison opinaba diferente: “La gente le teme más a la muerte que al dolor. Es algo extraño. La vida te lastima mucho más que la muerte. Cuando mueres, se acaba el dolor. Sí, creo que la muerte es nuestra amiga”. Tan amigo se hizo de ella que se lo llevó al baile a los 27 años.

El miedo es lo que mueve a los seres humanos. Si no lo sintiéramos, simplemente no podríamos sobrevivir. Aquel que no lo siente seguramente está loco o es un inconciente. Es una emoción que está ligada a la parte más elemental de nuestro cerebro, a lo que le llaman “cerebro reptílico”, que está conectado directamente a la médula espinal y relacionado con el más elemental de los instintos: el de supervivencia. Por eso, cuando escuchamos un estruendo damos un brinco y nos colgamos de la lámpara, reaccionamos instintivamente a una situación desconocida y de peligro.

Recientemente apareció una nota en el periódico sobre las investigaciones de una antropóloga estadounidense, quien encontró que el macho alfa de un grupo de chimpancés en Senegal ejecutaba una especie de danza al enfrentarse al fuego de un incendio forestal, en lugar de salir huyendo como los demás animales. Es decir, parecía que con sus movimientos trataba de controlar, predecir y comunicar a los demás changos el curso del fuego. De acuerdo con los científicos, si los chimpancés son capaces de entender la naturaleza del fuego, entonces lo mismo debió de ocurrir hace millones de años con los antepasados simiescos y de cerebro pequeño de los humanos.

¿Será posible dejar de sentir miedo? En rigor, pienso que no, pues se trata de un instinto natural, por lo que no es erradicable. Sin embargo, podemos y tenemos que controlarlo, ya que de otra forma la vida en sociedad se torna insoportable. En El miedo a la libertad, Erich Fromm analiza las implicaciones psicológicas de ello. Afirma, junto con Freud, que el ser humano es fundamentalmente antisocial; sin embargo, para sobrevivir ha tenido que aliarse y convivir con otros de su especie, por lo que debe que controlar sus impulsos instintivos. Si siguiéramos nuestros instintos más elementales, como el miedo al otro, la sociedad simple y sencillamente no existiría. Así nace la cultura, que es, al mismo tiempo, represora y creadora; es decir, es represión y sublimación, en términos psicoanalíticos.

De ahí que si a nuestros miedos naturales, instintivos, animales si se quiere, le aunamos los miedos que nos injerta la sociedad —a través de la familia, la religión, la escuela, la empresa, el Estado—, la gran mayoría de los seres humanos nos encontramos cautivos en intrincadas cárceles de miedos que nos impiden ser felices, realizarnos plenamente y ser realmente libres.

Para escapar de ahí, tendríamos que aprender a enfrentar y controlar nuestros miedos. En Mi filosofía de A a B y de B a A, Andy Warhol escribió que a veces la gente deja que el mismo problema los abrume durante años cuando bastaría con decir: “¿Y qué?” (“So what?”). Ésa era una de sus frases favoritas: “¿Y qué?” “Mi mamá no me quería”. ¿Y qué? “Mi marido no coge conmigo”. ¿Y qué? “Soy todo un éxito pero sigo solo”. ¿Y qué? Y apuntaba Warhol: “No sé cómo me las arreglé durante años antes de aprender este truco. Tardé mucho en aprenderlo, pero una vez que te das cuenta, jamás lo olvidas”.

Lo mismo con los miedos. Morrison recomendaba: “Exponte a tu miedo más profundo; después de eso, el miedo ha perdido su poder y el miedo a la libertad se reduce y desaparece. Ya eres libre”. Pues eso.

martes, mayo 04, 2010

Bien campechanamente

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por Fernando Reyes

Revista Comunidad No. 48. Nueva época. Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo. UNAM, Mayo, 2010.

Curiosa formación lingüística la que empleé para titular esta crónica. Un adverbio que da aspectualidad de modo a un adjetivo, precedido por otro adverbio. El significado sólo se entiende por su contexto, acaso por su historia. Tierra y mar, tradición y tecnología, mayas y olmecas, Europa y América. Dirían los amigos campechanos que ahí voy de nuevo con mi “filología ranchera”, como aquellas que disfrutamos en sobremesa durante cuatro noches seguidas, después de lecturas y presentaciones de libros, a más de cuarenta grados a las ocho de la noche, entre cervezas que no hacen ni cosquillas e imágenes poéticas por doquier.

También campechamente se organizaron los eventos de la Feria del Libro de la Universidad de Ciudad del Carmen, pues los burócratas comisionados –para variar- no mostraron el interés y capacidad necesarios. De no ser por Daniel Casanova y Gabriela Vadillo, entre otros, la Feria hubiera sido una campechanada más. Pero claro, Daniel es maestro humanista, escritor y promotor de la lectura; y Gaby es poeta, directora de la revista En tierra de todos, y además no tiene pelos en la lengua para escribir por ejemplo “La rapacidad panista fue democráticamente repartida en todos los niveles, pero el sector que se vio sin duda más afectado fue el cultural”. Ellos y otros amigos, pintores, comunicadores y maestros muy jóvenes, dan muestra del deseo de que se supere la “idea provinciana” que se tiene erradamente de la cultura. Por esa confianza y libertad que nos dieron, muchos escritores chlangos fuimos a campechanear nuestras presentaciones de libros y conferencias con lectura de poemas y cuentos. Elías Marín leyó sus textos Aullido, muy a la Ginsberg mexicana. Los poetazos y poetizas que siempre se propinan en el cuadriátero Andrés Cisneros y Adriana Tafoya y sus 40 Barcos de guerra, que les han dado tanta guerra y satisfacción como su mismísima Manun Azul. Rodolfó Naró, sus poemas de bello ritmo contenido. Santa Olaya sus poemas besucones y los del mundo de Alicia. Los noveles narradores Askary Mateos y Édgar Pérez Pineda (mejor conocido como El Acapulco) deslumbraron con sus textos y presencia a más de una carmelita. Teodoro Villegas –quien hace un par de años les llevó la Maestría en Creación Literaria a los maestros de UNACAR- les fue a decir sus netas. Memo Vega dio un taller de poesía a jóvenes diletantes cada vez con mayor hambre de saber poético. Yo leí gustoso mis poemas osculares de Nectáfora y los poemas osculeros de Calemburetruécanos. Eve Gil, fue disfrazada a presentar su novela Sho-shan y la Dama Oscura, la cual fue todo un éxito, porque los chavos escucharon atentos a una de las pocas especialistas mexicanas del “realismo mángiko”, hicieron preguntas y se tomaron fotos con la escritora.

Entre las tantas cervezas y horas bebidas, la realidad se campechaneaba con las imágenes que llegan a la mente cuando lo etílico, lo onírico y lo mítico se mezclan: hombres que salían a hacer el mandado porque si no los piratas podían robarse a sus mujeres, navegantes holandeses y aventureros franceses que se prendaban de la más humilde carmelita, en las estrechas calles calandrias, jineteadas por fantasmas, espantan a los trapisondas que regresan de un tugurio de mala muerte, y las plataformas petroleras se viven los más grandes excesos, y llegan helicópteros para aterrizar a Chente Fernández, a Marilyn Monroe (que en realidad se llama Mauricio Pineda) o a Gaby Vadillo, quien prefiere no tocar tierra y lanzarles sus revistas desde el aire; y en plena canícula a las tres de la tarde no hay nadie en las calles y negocios y sólo escucho el sonido de las hamacas mecerse. La isla no se ha ido flotando. Y toda ciudad se vuelve mágica con el solo encanto de la palabra, la poesía, la lectura, la imaginación. La que podría ser tierra de nadie se convierte e tierra de todos. Daniel –que fue seminarista como Casanova- supo muy bien sembrar semilla por estos lares donde muchos se sientan a esperar el contrato eventual, tanto así que su Proyecto de Promoción a la Lectura “Liber-A-nos” ha sido difundido en Túnez y próximamente en Australia. Leer, enseñar, escribir, aprender: la única salvación del mundo. La próxima cuba campechana va a su salud.

lunes, mayo 03, 2010

Camus en Opción ITAM

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La revista Opción ITAM publicó este texto en su número 159 de abril de 2010, dedicado al autor de El extranjero.

Camus: regreso al hombre rebelde
por Guillermo Vega Zaragoza

En 1962, un jovencísimo Mario Vargas Llosa escribió un artículo desde París –recogido primero en un librito casi inconseguible, Entre Sartre y Camus, publicado en Puerto Rico en 1981, y después incluido en Contra viento y marea (1962-1982), de Seix Barral, en 1983– en el que hizo una severa revisión de la obra de Albert Camus, fallecido apenas dos años antes, el 4 de enero de 1960, en un trágico accidente automovilístico. El aún desconocido escritor peruano aprovechó la aparición del primer tomo de los Carnets, de Camus, publicado por la editorial Gallimard, para saldar cuentas con el Premio Nobel de Literatura de 1957: “¿Cómo explicar el caso de Albert Camus? Hace quince años era uno de los príncipes rebeldes de la juventud francesa y hoy ocupa el lastimoso puesto de un escritor oficial, desdeñado por el público y vigente sólo en los manuales escolares.”

El principal alegato de Vargas Llosa es que Camus cayó tan pronto en desgracia en el favor de los lectores debido a su insistencia en presentarse como un filósofo. “La gloria, la popularidad de Camus reposaban sobre un malentendido. Los lectores admiraban en él a un filósofo que, en vez de escribir secos tratados universitarios, divulgaba su pensamiento utilizando géneros accesibles: la novela, el teatro, el periodismo.” El futuro autor de La guerra del fin del mundo es implacable: “Su pensamiento es vago y superficial: los lugares comunes abundan tanto como las fórmulas vacías, los problemas que expone son siempre los mismos callejones sin salida por donde transita incansablemente como un recluso en su minúscula celda.” Eso sí: Vargas Llosa lo reconoce como un gran narrador y prosista: sus libros serían “desdeñables si no fuera por su prosa seductora, hecha de frases breves y concisas y de furtivas imágenes”. Reconoce que, en realidad, Camus “era un artista fino y en algunas de sus obras registró intuitivamente el drama contemporáneo en sus aspectos más oscuros y huidizos”.

No obstante la severidad con que lo juzga, Vargas Llosa termina por absolverlo de sus “deslices”: “Camus no tuvo la culpa de que se viera en él a otro y lo único deplorable es que, contaminado por ese asombroso equívoco colectivo que hizo de él un ideólogo , traicionara su sensibilidad ascendiendo a alturas especiosas para discurrir artificialmente sobre problemas teóricos.” Y finaliza: “El prestigio de Camus se desvaneció cuando sus lectores descubrieron que el supuesto pensador, que el aparente moralista no tenía nada que ofrecerles para hacer frente a las contradicciones de una época crítica.”

Desde luego, aún faltaba que Francia y el mundo entero vivieran el agitado año de 1968, durante el cual la historia parecía empeñada en darle la razón a Jean-Paul Sartre, quien renació entonces como el filósofo-intelectual comprometido con la causa de los estudiantes y el proletariado (“No se encarcela a Voltaire, había dicho Charles de Gaulle). La polémica que lo llevó a distanciarse de Camus –a propósito de un violento ataque en Les Temps Modernes, la revista de Sartre, donde se le acusaba de replegarse en el inmovilismo y la pasividad favoreciendo el poder reaccionario– se veía ya muy lejana. ¡Además, Sartre había rechazado el Nobel! Sin embargo, el desencanto llegó muy pronto, la estrella de Sartre como intelectual de izquierda terminó por apagarse y la obra de Camus sería finalmente rescatada y revalorada.

Vargas Llosa tiene razón: Camus no era un filósofo, pero tampoco era sólo un literato. Además de un excelente narrador y prosista, era un agudo pensador. A diferencia del rigor lógico de Sartre, el método de Camus es la duda y el cuestionamiento. De ahí que las ideas que surgían a través de sus novelas las extendiera para desarrollarlas y clarificarlas en sus ensayos.

Al comienzo de su carrera literaria, Camus tenía una visión optimista y positiva de la vida y el mundo, a pesar de haber padecido hambre y miseria en la infancia que vivió en Argelia. En 1937 apareció su primer libro, Anverso y reverso, y más adelante, en ese mismo año, el conjunto de ensayos poéticos titulado Bodas. En estas primeras obras es posible identificar un ciclo inicial en el pensamiento de Camus: lo que algunos autores han llamado “la religión de la dicha”, donde expresa una extasiada exaltación de la vida y del goce del cuerpo y los placeres, aunque ya insinúa su preocupación por la muerte como destino del hombre. Se niega a creer que haya trascendencia después de la muerte, por lo que es preciso gozar plenamente la experiencia de la vida: “El mundo es hermoso y fuera de él no hay salvación.”

En estos ensayos juveniles es posible detectar la influencia temprana de André Malraux –con el que más tarde lo uniría una gran amistad– y André Gide, sobre todo el de Los alimentos terrenales, donde Camus encontró en forma literaria la misma glorificación de la vida que también lo poseía a él. En una entrevista, muchos años después, Camus afirmó: “Conociendo bien la anarquía de mi naturaleza tengo necesidad de ponerme, en arte, barreras. Gide me enseñó a hacerlo. Su concepción del clasicismo como un romanticismo domado, es la mía.”

En efecto, como bien señala Aníbal Romero en su ensayo “Albert Camus: la historia, el absurdo y la moral”, el elemento clave a tomar en cuenta para apreciar a plenitud la obra de Camus es el clasicismo, entendido éste como mesura en el estilo, sobriedad en las concepciones, disciplina en la forma y equilibrio en los planteamientos. Esta vocación clásica también provendría de sus lecturas tempranas de Nietzsche, sobre todo Así habló Zaratustra y El nacimiento de la tragedia. Aunque después rechazaría el nihilismo nietzschiano, Camus retomó del filósofo alemán la sensibilidad expresiva, la reconciliación del hombre con la naturaleza, la aspiración a la unidad, el rechazo a lo sagrado y, sobre todo, la continua mirada a la Grecia clásica y sus mitos.

Camus consideraba que el artista, el escritor, es un creador y recreador de mitos. “Los mitos no tienen vida por sí mismos. Esperan que nosotros los encarnemos –dice en “Prometeo en los infiernos”–. Que un solo hombre responda a su llamamiento, y ellos nos ofrecerán su savia intacta.” Consciente de su inspiración artística –señala Marla Zárate en “La rebeldía mítica de Albert Camus”–, Camus “se apoya en elementos literarios, utiliza la metáfora, alude a las acciones heroicas y ensalza el mundo griego: Sísifo, Prometeo, Ulises, Némesis, Helena… pasean sus enseñanzas a fin de otorgarnos una visión que nos pueda salvar de la amargura… Por ello esa mezcla de racionalidad y mito, de filosofía y literatura”.

En La necesidad del mito, el psicoanalista Rollo May explica el mecanismo y la función que cumplen los mitos en la historia de la humanidad, pero sobre todo en el mundo contemporáneo: “Un mito es una forma de dar sentido a un mundo que no lo tiene. Los mitos son patrones narrativos que dan significado a nuestra existencia.” Los mitos son la autointerpretación de nuestra identidad en relación con el mundo exterior. Son el relato que unifica nuestra sociedad. Son esenciales para el proceso de mantener vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en un mundo difícil y a veces sin sentido. “Cualquier individuo –explica May– que necesite aportar orden y coherencia al flujo de las sensaciones, emociones e ideas que acceden a su conciencia desde el interior o el exterior, se ve forzado a emprender por sí mismo lo que en épocas anteriores hubiera llevado a cabo su familia, la moral, la Iglesia y el Estado.”

Como muchos hombres de su época, Camus se enfrascó en la labor de encontrar sentido a un mundo que lo había perdido, sobre todo después de haber vivido la experiencia de la segunda guerra mundial. Hiroshima y Auschwitz marcaron el alfa y el omega de la sinrazón a la que había llegado el ser humano (aunque ahora hemos corroborado que la estupidez humana no tiene límites). Para ello, armado de su sensibilidad artística y su talento literario, Camus emprendió el camino de explorar el alma humana y recurrió a los mitos griegos a fin de encontrar en ellos las explicaciones y los modelos que requería para su tarea. Sin embargo, otros decidieron recurrir al racionalismo a ultranza para encontrar sentido a la historia, negando la posibilidad de un equilibrio, creando el caldo de cultivo propicio para los absolutismos y autoritarismos que sólo responden a una verdad única –la propia– y niegan cualquier posibilidad de diálogo o disidencia, desterrando incluso la creación, la imaginación y el poder interpretativo del mito en aras de “la causa”.

Rollo May lo explica así: “El lenguaje abandona el mito sólo a costa de la pérdida de la calidez humana, el color, el significado íntimo, los valores: todo lo que da un sentido personal a la vida. Nos comprendemos mutuamente identificándonos con el significado subjetivo del lenguaje del otro, experimentando lo que significan las palabras importantes para él en su mundo. Sin el mito somos como una raza de disminuidos mentales, incapaces de ir más allá de la palabra y escuchar a la persona que habla” (cursivas en el original).

En 1938, Camus culminó la escritura de Calígula, su primera obra de teatro, aunque no la dio a conocer sino hasta 1945. En 1940 abandonó Argelia y se estableció en la capital francesa, donde entró a la redacción del periódico Paris-Soir. En 1942, en plena conflagración mundial, publicó El extranjero y un año después sacó a la luz El mito de Sísifo. Ambos libros se convirtieron instantáneamente en sus obras más celebres y, al mismo tiempo, en las más incomprendidas y tergiversadas.

En estas tres obras, Camus presentó sus ideas acerca del absurdo, que para él es la convicción de que la vida carece de sentido; se niega a otorgarle a la muerte una finalidad y, más aún, a que haya una trascendencia más allá de la muerte. El absurdo es el vacío, el vértigo que el hombre siente ante el silencio del mundo a preguntas esenciales. Pero en lugar de que Camus considere el absurdo como un fin, lo erige en el principio de todo. Lo primero es la comprensión de que si bien en sí mismo no todo en el mundo es absurdo, tampoco es totalmente razonable. Es decir, no hay absolutos, por lo que el hombre debe poner sus propios límites, y de ahí emerge su propia libertad. Camus en realidad invierte la polaridad del absurdo al que tantos han emparejado con la “nada” sartreana. En lugar de ser algo negativo, el absurdo es positivo porque, una vez asumido, permite la libertad y la creación.

Como lo señala Marla Zárate, para Camus, el hombre absurdo es aquél que ya no cree en términos absolutos, que ya no los espera, que quizá siente nostalgia, pero opta por vivir en la sabiduría de sus límites: “es un hombre que puede aceptar una moral impuesta: una serie de reglas sociales, pero que no admitirá otras porque nada hay que deba ser justificado”. En este sentido, el conocimiento del absurdo se convierte en lucidez. Conocer el mundo significa encarar el absurdo. “Absurdo es, por tanto, lucidez y verdad. La lucidez del hombre y la verdad del mundo.”

Para ilustrar sus ideas, Camus recurre a la novela y a la mitología. El personaje de Meursault representa al ser humano en el umbral del absurdo: lo siente, lo percibe y lo experimenta, inmerso en el vértigo y la angustia de la sinrazón. Meursault observa el transcurrir de sus días sin que nada cambie. Sin embargo, los acepta y así cree encontrarle sentido a una vida sin esperanzas, a la que siente que nada le depara el futuro. El asesinato sin sentido de un hombre, la resignada aceptación de su condena y la insensibilidad manifiesta ante la muerte de su madre, lo enfrentan, ante sí mismo y ante los demás, a la contundencia de los límites de su propia existencia.

Llama la atención que, además de bordar sobre los planteamientos de Nietszche, Heidegger, Jaspers, Kierkegaard y Husserl, Camus haya descubierto el germen de sus planteamientos en la obra de Herman Melville, especialmente en Bartleby, el escribiente y Moby Dick. El aparentemente plácido empleado que responde ante cualquier encomienda o exigencia de decisión “Preferiría no hacerlo” podría ser un espécimen, quizá menos trágico, de la estirpe de Meursault, en tanto el capitán Ahab estaría aquejado del síndrome de Sísifo, acicateado por el deseo de venganza.

De ahí que El extranjero represente el planteamiento inicial de la idea del absurdo que Camus desarrollará ensayísticamente en El mito de Sísifo. Meursault es el hombre absurdo que sucumbe ante el vértigo del vacío. Su resistencia al absurdo no construye sino destruye. Ni el asesinato ni el suicidio son considerados por Camus como salidas válidas a la angustia y la desesperación. He ahí la diferencia fundamental con Sísifo, quien para Camus es el héroe absurdo por excelencia. Condenado por los dioses a rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña donde la piedra volvía a caer por su propio peso, Sísifo acepta su condena sin arredrarse, a pesar de que es evidentemente inútil, pues no lo lleva a ninguna parte. Sin embargo, Sísifo es un héroe “tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida, le han valido este suplicio indecible donde todo el ser se emplea en no acabar nunca”, afirma Camus.

Pero Sísifo es, además, un héroe trágico debido a que es consciente. “¿Dónde estaría, en efecto, su pena si a cada paso mantuviese la esperanza de triunfar? El obrero de hoy trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y este destino no es menos absurdo. No es trágico más que en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: es en ella en lo que piensa durante su descenso. La clarividencia que debía de hacer su tormento consuma por ello mismo su victoria. No hay destino que no se supere con el desprecio.”

En 1944, Camus asumió la dirección del diario Combat, en el que aparecieron muchos artículos que después recopilaría en los tres tomos de Actualidades. En 1947 publicó La peste, que muchos considerarían su obra maestra, aunque en su momento la crítica no le fue tan benévola (lo acusaron de escribir “un tratado de moral laica”). Lo cierto es que con esta novela –y sobre todo con El hombre rebelde, de 1951–, muchos se dieron cuenta de que el “existencialismo de Camus” tenía serias diferencias con el de Sartre. En La peste explora el problema del mal y el sufrimiento humano. Para ello toma como escenario la Francia ocupada por los nazis. ¿Cómo entender que Dios permita el mal? Ante “el silencio de Dios ”, Camus plantea una “santidad sin Dios” . Si Dios permite el mal o no puede hacer nada para evitarlo, lo que le queda al hombre es rechazar el mal, rebelarse ante él. “Sé sólo que hay que hacer lo necesario para no ser un apestado, y que eso es lo único que nos puede hacer esperar la paz o, en su defecto, una buena muerte. Eso es lo que puede aliviar a los hombres y, si no salvarles, al menos hacerles el menor mal posible e incluso, a veces, algo de bien”, escribió en La peste.

Es probable que muchos interpretaran que Camus proponía una resignación pasiva ante la presencia del mal. Nada más lejano a eso. En El hombre rebelde desarrolló sus ideas al respecto y esto le valió la excomunión de la Iglesia sartreana. Para Camus, el hombre rebelde es aquel que acepta la vida sin sucumbir ante sus miserias, sin admitir que su aparente sinsentido deba conducir a la resignación, asumiendo una vocación humanista y solidaria. La rebeldía es una alternativa fáctica a la angustia existencial. Sin embargo, en ocasiones, llega un momento en que el hombre tiene que actuar para cambiar el mundo y sus circunstancias cuando el mal resulta inaguantable. Entonces decide volverse revolucionario y se abandona a la negación de la sumisión total en pos de la utopía. No obstante, el revolucionario termina por sacrificarse y sacrificar la libertad del hombre en función de un supuesto futuro mejor.

Sin embargo –y aquí encontramos el meollo de la polémica con los sartreanos–, Camus señala que mientras la rebelión humaniza al hombre porque lo coloca más allá de Dios y del absurdo, la revolución sustituye un mito por otro e intenta divinizar al hombre por encima de la historia. He ahí la principal contradicción entre rebeldía y revolución: “Lejos de reivindicar una independencia general, el rebelde quiere que se reconozca que la libertad tiene sus límites en todas partes donde se encuentre un ser humano y que el límite es precisamente el poder de rebelión de este ser. El rebelde exige sin duda cierta libertad para sí mismo; pero en ningún caso, si es consecuente, el derecho de destruir el ser y la libertad de otro”; en tanto “el revolucionario es al mismo tiempo rebelde o entonces ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión. Pero, si es rebelde, acaba por levantarse contra la revolución”.

En La caída, su última novelada publicada en vida, en 1957, Camus emprende una nueva reflexión sobre sus planteamientos, que parecían no dejarle del todo satisfecho. ¿Qué sucede si el hombre –personificado aquí por el juez-penitente Jean Baptiste Clamence– se engaña a sí mismo y en realidad alberga el mal dentro de sí y se descubre como alguien egoísta e incapaz de amar? ¿Qué pasa si en realidad el hombre no tiene salvación, si no tiene salida alguna a su angustia vital?

Lamentablemente, sobrevino el accidente automovilístico que truncó su vida cuando apenas tenía cuarenta y siete años de edad y mucho que reflexionar todavía. Quizá Camus se sentía ya en un callejón sin salida, quizá por eso las novelas cortas de El exilio y el reino son una especie de regreso a su optimismo primigenio. Quizá su intención era volver a las cosas y los placeres simples, recuperar la inocencia perdida. Quizá por eso prefirió no usar el boleto de tren que encontraron en su abrigo el día de su muerte.



domingo, mayo 02, 2010

Los Beatles, una familia de tantas

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Por Guillermo Vega Zaragoza

Publicado en Guardagujas, suplemento cultural de La Jornada Aguascalientes.

(Bajar completo el suplemento en PDF)

Una de las portadas de los discos de los Beatles que más me gustan son los llamados álbumes rojo y azul, las primeras compilaciones oficiales que siguieron a la separación del grupo. En el primero, que incluye canciones de 1962 a 1966, aparece el cuarteto Liverpool en la misma foto que utilizaron para el primer elepé del grupo, Please please me, en 1963, tomada en las escaleras de las oficinas generales de la disquera EMI en Washington Square, Londres. La contraportada (que será también la portada de su mellizo, con canciones de 1967 a 1970) es una foto desde la misma posición, en el mismo lugar, sólo que seis años después. Originalmente, el grupo le pidió al mismo fotógrafo que les tomó la primera que la repitiera, pues querían utilizarla como portada del malogrado Get back, que debería haber aparecido en 1969, pero que terminó siendo Let it be, el último álbum y testamento del grupo de rock más famoso e influyente de todos los tiempos.

Resulta curioso e intrigante admirar ambas fotos. Si uno no supiera que son los Beatles diría que las personas fotografiadas no son las mismas. En la primera, se puede ver a cuatro jóvenes veinteañeros felices y sonrientes, con toda la vida por delante, trajeados y peinados en forma similar. En la segunda, vemos a cuatro hombres maduros, con el pelo largo, uno barbado y dos con bigote, el gesto adusto, esbozando apenas una sonrisa, hasta podría decirse que parecen cansados o aburridos. ¿Qué les pasó a esos cuatro hombres? ¿Cómo es posible cambiar tanto en tan sólo seis años?

En alguna ocasión leí que los Beatles pasaron de ser una simple banda de rock and roll a convertirse en los sabios de la tribu, nada más que en su caso la tribu se trató de la juventud mundial de su época. Todos los jóvenes estaban pendientes de lo que hacían, decían o dejaban de hacer, no sólo en el aspecto musical sino incluso en términos sociales, culturales y hasta religiosos. En pocos años experimentaron vivencias personales que al común de los mortales nos llevan toda la vida. Una vez, apesumbrado por el sentimiento de no haber hecho nada valiosos en mi vida cuando estaba próximo a cumplir cuarenta años, le dije a una amiga: “¡Carajo! Y pensar que a John Lennon lo mataron a esta misma edad y ya había sido un Beatle”. A lo que ella completó: “Déjate de eso. No sólo había sido un Beatle sino que ya era un ex Beatle”. Es cierto: en unos cuantos meses pasaron de ser un grupito desconocido de Liverpool a desencadenar una de las mayores histerias colectivas nunca antes vistas, eso que llamaron “Beatlemanía”.

¿Pero cómo empezó, evolucionó y terminó todo? Se tiende a pensar que el big bang de la epopeya beatlesca fue el encuentro de Lennon y McCartney en el patio de la iglesia de San Pedro en Liverpool el seis de julio de 1957. Sin embargo, ese fue sólo el comienzo. Aún no había Beatles. Los Beatles como tales comenzaron cuando viajaron a Hamburgo, o mejor dicho: cuando regresaron de tocar en cabarets de mala muerte en ese puerto alemán ya eran, esencialmente, los Beatles. En su libro Outliers (Fueras de serie), Malcolm Gladwell los pone como ejemplo de “la regla de las 10,000 horas”, que dice que cualquier persona que quiera sobresalir en lo que hace tiene que, entre otras cosas, practicar y trabajar en ello por lo menos esa cantidad de tiempo. En 1960 un empresario alemán llegó a Londres buscando grupos para que tocaran en sus clubes. De pura casualidad se encontró a un promotor de Liverpool que conocía a las bandas del puerto, entre ellas los Beatles. Así fue como llegaron a Alemania. Hamburgo fue su cuartel de prácticas, el crisol en el que se forjaron como grupo, ya que tenían que tocar ocho horas diarias siete días a la semana. Entre 1960 y 1962, los Beatles habían tocado juntos 270 noches ante un público escandaloso de marineros borrachos, gangsters y prostitutas. Como casi nadie les hacía caso, tocaban las mismas canciones una y otra vez, las alargaban, les cambiaban el ritmo, las arreglaban, experimentaban. Al mismo tiempo que comían y se peleaban en el escenario, aprendieron a tocar juntos y se convirtieron en músicos bien acoplados, con un estilo propio que nadie más tenía cuando volvieron a Liverpool. Y además estaba el atuendo y el comportamiento: regresaron hechos todos unos “rebecos”, con copetes envaselinados, chamarras de cuero, pantalones de mezclilla, botas picudas, guitarrazos poderosos y aullidos destemplados. Se veían y sonaban únicos, atractivos, peligrosos. Para cuando llegaron a Estados Unidos en 1964, el grupo había actuado en directo unas 1,200 veces, lo que casi ningún grupo actual logra hacer en toda su carrera.

Así fue como los vio por primera vez Brian Epstein, el joven y tímido hijo del dueño de una tienda departamental que atendía la sección de discos. Fue a la Caverna, donde tocaban, a buscar un sencillo para atender el pedido de un cliente y salió con un cuarteto de chicos que cambiarían la historia de la música y de la cultura contemporánea. Epstein hizo que se bañaran, se cortaran el pelo, se peinaran y se uniformaran, para hacerlos más accesibles al gran público y la gente no saliera corriendo por su pinta de delincuentes juveniles. No se sabe qué habrá pasado con el tipo aquél de la compañía de discos Decca que los rechazó porque “los grupos de guitarritas ya estaban pasados de moda”, pero de seguro lo corrieron, se suicidó o se hundió en el alcoholismo (claro, después la Decca firmó a cuanto greñudo se les acercó, incluidos los Rolling Stones).

Fue así como llegaron a la EMI, que los contrató, pero no tenía ni idea de qué hacer con ellos, ya que la compañía se dedicaba a la música clásica, aunque sabía que algo podría salir si entraba en el mercado de la música juvenil. Así que se los encargaron al productor más joven con el que contaban, George Martin. No se podría entender a los Beatles sin la presencia de George Martin en el estudio, interpretando, traduciendo, arreglando y registrando las ideas, locuras, ocurrencias y genialidades de Lennon y McCartney. Fue él el que hizo que despidieran a Pete Best, a pesar de que era el que más fans aportaba al grupo y en cuyo club, el Casbah, ensayaban y tocaban. Entonces llegó Ringo, el hombre con más suerte que haya existido jamás sobre la faz de la Tierra. La familia estaba completa.

Porque, en efecto, en sus primeros años, los Beatles funcionaban como una familia, con Epstein y Martin como los padres. Epstein los cuidaba, apapachaba y consentía. Martin los ponía a trabajar y reconocía su genialidad. Y como en toda familia, cada uno jugaba un papel y afloraban los conflictos y rivalidades: John, el poeta rebelde, inconforme y atormentado; Paul, el guapito, melcochón y ambicioso, el hijito de mamá; George, el menor, callado y talentoso, y Ringo, el bufón, que los entretenía y mediaba a la hora de las riñas. Por cierto, los Rolling Stones nunca funcionaron como una familia sino como una pandilla: dos de ellos (Jagger y Richards) se aliaron para terminar con el líder, carismático pero frágil, que era Brian Jones, sacándolo del grupo porque no quería evolucionar ni componer sus propias canciones, sino seguir tocando blues por los siglos de los siglos.

Sin embargo, a pesar de su éxito fulgurante, las cosas se empezaron a poner feas cuando la Beatlemanía se salió de madre. Ya ni siquiera se podían escuchar entre ellos al tocar en vivo debido a los gritos histéricos de sus fanáticas. Vivían encerrados en los hoteles, porque en cuanto salían a la calle, si no los perseguían las fans, los atosigaban los reporteros y paparazzis que querían registrar todos y cada uno de sus movimientos. Así decidieron dejar de dar conciertos aquel 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco. Quizá ahí empezó la ruptura con Brian Epstein, quien moriría un año después de una sobredosis accidental de barbitúricos, ya que él quería que siguieran haciendo giras, pues ése era el negocio principal y la más grande entrada de dinero.

El álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band es especial por muchas cosas. Primero, porque con él nació el rock. Antes de él, sólo había rock and roll. Como dijo Nik Cohn, el rock and roll es puro sexo, pero el rock es poesía. Los Beatles fusionaron a Chuck Berry con Bob Dylan y le pusieron cerebro a la música juvenil. No por nada fue el primer disco en incluir las letras en la contraportada: se trataba no sólo de escuchar sino de comprender. Atrás quedaron las rolitas insulsas de “nena, quiero estrechar tu mano” y las canciones se volvieron complejas, poéticas, oscuras, surrealistas, geniales. Siempre he tratado de imaginarme cómo debió sentirse alguien al exponerse al disco en cuanto salió a la venta. ¿Qué habrá pensado la gente al escuchar “A day in the life”? Seguro no lo creían. Pero era cierto, con el Sargento Pimienta los Beatles cambiaron la historia de la música, pero también cambiaron ellos y, por lo tanto, comenzó el inicio del fin del grupo.

Ya sin Epstein, empezaron los pleitos por el control de los negocios. Pachecos, atascados de mota y LSD, engolosinados con el éxito sin precedentes que habían logrado, se sintieron capaces de manejar —sobre todo Paul, el más ambicioso de los cuatro— lo que Epstein había llevado hasta la fecha. El primer gran fracaso fue el Magical Mystery Tour, el megalomaníaco experimento psicodélico de Paul. Luego crearon su propia compañía de discos, Apple, y vino el álbum blanco, donde la desintegración se hizo más que evidente. No por nada no salen en la portada. Ya no querían ser Beatles. Cada quien compuso y tocó sus rolas por su lado, o con poca participación de los demás. Empezó a revelarse el gran talento de Harrison, que puso celoso sobre todo a McCartney, que siempre había estado celoso también del talento y carisma de Lennon, quien a su vez había conocido a una artista avant-gard japonesa a quien llevaba a todas partes como si fueran siameses. A sugerencia de Paul, a fin de hacer un documental para la televisión, los filmarían ensayando y grabando su nuevo disco, que se llamaría Get back: Regresa. Sería el regreso de los verdaderos Beatles como grupo, tocando juntos otra vez, en vivo, nada de trucos ni experimentos en el estudio, sólo los cuatro, como antes, como cuando tocaban en Hamburgo o en la Caverna, para terminar con un mini concierto en la azotea de las oficinas de Apple.

La película titulada Let it be, que aparecería un año después, es muy triste de ver. Es como esas películas caseras donde vemos a la familia casi sin poder soportarse unos a otros, peleándose por nimiedades, haciendo berrinches o mostrando una indiferencia aún más hiriente. El colmo fue cuando Lennon quiso que Yoko fuera una Beatle. Eso sí que no, ya era demasiado. La japonésida le había sorbido totalmente el seso. Además, Harrison estaba hasta el gorro con las provocaciones de Paul y John, y decidió ahuecar el ala, hasta que Ringo lo convenció de que regresara.

Finalmente, decidieron darle sepultura al grupo con el mejor álbum de su carrera: Abbey Road, con los cuatro tocando como nunca, acoplados e inspirados, como un verdadero grupo, a sabiendas de que era el fin. “Y al final / el amor que tomas / es equivalente / al amor que haces”, dice la última canción del disco. No es casualidad (nada lo es) que en Abbey Road los cuatro estén cruzando la calle. Cada quién estaba tomando su camino, dejando las cosas atrás, como sucede —como debe suceder— en todas las familias: los hijos crecen, maduran y se tienen que ir. La familia Beatle había terminado.

Desde luego, aún faltaba el último berrinchito del nene Paul, para dar el cerrojazo definitivo. Como no le había gustado la forma en que Phil Spector arregló y produjo sus canciones en la versión final de Let it be trató, sin éxito, de evitar su lanzamiento y el 10 de abril de 1970 anunció que dejaba el grupo. Una semana después apareció su primer disco como solista, compuesto, tocado y producido totalmente por él (¿así o más narcisismo?). El 8 de mayo apareció, por fin, Let it be., disco y película. Fue uno de los pocos álbumes de los Beatles que obtuvieron críticas negativas por parte de la prensa musical.

Curiosamente, seis meses antes, sus archirrivales los Rolling Stones habían sacado un disco titulado Let it bleed: Deja que sangre, con un pastel en la portada. ¿Para festejar qué?